domingo, 29 de noviembre de 2009

King of the road

Me tienen harto oyes. Tanto, que cada vez que me pongo al volante poco me falta para que se me revuelva el estómago y me tiemblen las manos al pensar lo que me espera. Y eso que, por fortuna y gracias a mis circunstancias actuales no necesito el coche a diario, pudiéndome apañar razonablemente  con el transporte urbano. Eso siempre y cuando no llueva o haya algún invento por medio que ponga aún más patas arriba este laberinto sin Fauno que es Jaén en la actualidad, aunque a esto último me voy acostumbrando, ya que la remodelación y adecuación de las ciudades parece haberse puesto de moda en toda España. Sin ir muy lejos, a nuestros vecinos de la capital granadina les han caído las suyas y las de un bombero con la implantación del metro.

Como decía, tengo la suerte de no tener que circular por ciudad, pero no tanta como para prescindir de coche también algunos fines de semana o en circunstancias especiales, cuando he de echarme a la carretera, la mayoría de las veces, por motivos familiares. Y es ahí donde más me tocan la moral los amigos de llegar minuto y medio antes a su destino, o los de con tres copas controlo.

Que no me cuenten milongas de permiso por puntos, de endurecer la legislación sobre circulación y aumentar la gravedad y cuantía de las sanciones, de un mayor número de controles en carretera. Nos hemos acostumbrado a hacer lo que nos da la gana al volante -como en todo-, creyendo en nuestra inmortalidad, en la fiabilidad y seguridad de nuestros magníficos coches, y lo que es peor, a creer que al pisar el asfalto somos los reyes de la carretera, y los demás pueden apartarse o bien exponerse a sufrir nuestra incontenible furia más que justificada -me estorbas y llego tarde imbécil, ¿quieres más explicaciones?-.

Y luego pasa lo de siempre. Nos da el alto un tipo vestido de verde, y si por cualquier circunstancia nos da un ticket de descuento de puntos para nuestra oficina de Tráfico más próxima, o nos llega a casa una notificación pidiendo diezmos en concepto de indemnización por pasarnos de listos frente a algún radar, maldecimos al sistema hasta que se nos seca la boca. Evidentemente la culpa siempre es de los radares mal dispuestos, o bien del guardia que descargó la mala leche producida por tener que estar ahí en mitad de un cruce y no en su casa contra el primero que pasó y que, por desgracia, fuimos nosotros. Afán recaudatorio constante, creo que lo llaman.

También puede darse el caso extremo. Vamos surcando los caminos de la piel de toro con nuestra robusta máquina y de pronto, eso que no pasa nunca, va y te pasa. Una mancha de aceite en la calzada, una curva que calculaste mal, un adelantamiento para el que el motor de 180 caballos no fue suficiente, y te ves dos segundos y medio después con las ruedas mirando a la Meca, envuelto en cristales y con una sustancia roja y viscosa pringándote la jeta -qué diablos será eso, puede que se pregunte alguno en tales lances-. Es una papeleta que puede salir de forma asquerosamente fácil hasta incluso circulando correctamente; si hacemos méritos extra, el premio está casi asegurado.

Los hay que se reforman tras un episodio así y, vuelvan a conducir o simplemente se remitan a una silla de ruedas de por vida, se conciencian como nadie de lo que hicieron mal y de lo que jamás volverán o volverían a hacer. Otros tal vez no hacían nada mal, y simplemente salió su bola. Algunos, a quienes agradezco su labor sin conocer ahora mismo ningún caso concreto, hasta invierten su tiempo en usar su ejemplo como lección para otros, y quiero pensar que esa lección sirve de algo al menos a algunos de los que la reciben. Finalmente los hay que simplemente terminan su carrera en una curva o contra un camión, y no conocen una segunda oportunidad. No se lo esperaban, y seguramente no les dio tiempo a pensarlo, pero ahí acababan amores, familia, viajes, juergas, una trayectoria laboral o de estudios. Todo al carajo y sin previo aviso.

Pero, total, para qué tener en cuenta nada de esto. No puede pasarme a mi.

1 comentario:

  1. Yo incluso he escuchao que ese tipo de accidentes (los mortales) sólo ocurren en Madrid, Barcelona... que para nada hay que preocuparse en estas carreteritas de la provincia.

    Te olvidaste mencionar los zorros que felizmente cruzan la carretera por donde los inocentes conductores hemos de pasar.

    ...y luego va la delegación de trafico de Córdoba y me reclama 100€ por circular a 113km/h por donde debía hacerlo a un máximo de 90...

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