domingo, 7 de febrero de 2010

DeLibros: Los inicios

 
Una de mis pasiones, quizá la mayor, son los libros. No sabría concretar a qué época de mi vida correspondería el inicio de esa afición. Tal vez ni tan siquiera se trate de algo propio, sino más bien importado en los genes desde dos generaciones más atrás, cuando mi abuelo materno, huérfano desde pequeño y superviviente entre unas condiciones más que lamentables, se las ingenió como pudo para ir aprendiendo a leer por su cuenta, a veces practicando lo que de alguna forma había podido aprender -una letra, una palabra, la suma de dos números...- mientras cuidaba del ganado en el campo rayando con un lápiz gastado en algún cartón o papel inútil.

Su niñez se fraguó como hijo adoptado por un familiar, durante la guerra y posguerra, en un pueblo conocido como Orcera. No había en tal casa abundancias como para saciar a la familia, y mucho menos para el joven Isidoro, que había de apañarse con lo que, por una razón u otra, no iba al estómago del resto. Jamás pisó un colegio, quedando relegado a tareas agrícolas y ganaderas en cuanto dió minimamente la talla para ello -en estos tiempos enseguida nos arde la entrepierna de ganas de largarnos, currar, tener dinero, etc-, pero ello no fué inconveniente para que fuera consciente una certeza: sin leer y escribir, sin una mínima cultura, hasta la supervivencia más básica sería casi imposible. De esa forma creció, trabajó cuanto pudo y en ocasiones más, y salió adelante con una familia, hasta que décadas más tarde tras años de enfermedad falleciera a la temprana -hoy en dia- edad de cuarenta y nueve años.

No puedo incluir en estas líneas una aleccionadora narración sobre el hombre hecho a sí mismo, que partió de la nada y construyó un imperio, enriqueciéndose y enriqueciendo a la zona en la que vivió, o esa otra del pequeño de familia humilde que hizo carrera militar y acabó con rango y condecoraciones por defender con exito a su patria ante el feroz enemigo. Pero no me pesa en absoluto. Es más, me siento especialmente orgulloso de él. No tuve el privilegio de conocerle, ya que falleció dos años y varios meses antes del primero de enero en que yo vine al mundo. Fue un hombre leal a sus ideas, a su familia, haciendo frente al mundo y la situación que le tocó vivir -me rio yo de los programas de televisión tipo Supervivientes Patateros o Perdidos en el WC-, siendo el pilar de apoyo para sus hijas ante una madre que nunca supo -perdóname, abuela- ejercer realmente el papel de madre, aunque se partiera la espalda con el fin de tener algo siempre que servir en la mesa.

Fue un ejemplo de cultura y memoria. Fue un ejemplo que hubiera querido conocer en persona, aunque para cuando el pequeño que fuí hubiera tenido uso de razón se hubiera convertido ya en un viejo apagado y silencioso, que mirase el mundo tras unos ojos empañados y se sentase en la puerta de casa en las sobremesas de invierno, abrigando con ganas a un sol que no podría devolverle lo que hubiera dejado atrás.

Me  hubiese gustado, decía, haberle conocido, escuchado sus historias, sus batallas ganadas y perdidas, sus aciertos y errores -probablemente ello me hubiera evitado algún tropiezo-. Haber conocido la vida tras la óptica de ese otro mundo que el vivió, pero para mi desgracia no me quedaron más que algunas fotografías, el ciclomotor que fue su mayor y más avanzado medio de transporte -una Torrot Panther de 50cc, recuperada años después de ser vendida- y algún libro, que conservo entre los demás con la diferencia de que ese ya arrastraba toda una biografía cuando llegó a mis manos. Por lo demás no me queda nada, salvo los testimonios de quienes le conocieron, y aventuran, en ocasiones, similitudes entre él y quien sería su nieto décadas más tarde: la posición de los pies al andar, la forma de sujetar un cigarrillo entre los dedos. Gestos, costumbres o formas de reaccionar que quizá no se aprenden, sino que que se arrastran dentro de la larga cadena que compone una molécula de ADN. Como el gusto traducido en necesidad de tener en las manos un libro, de sentir el tacto de sus páginas, de comprobar cómo aquello que te trasmite abre nuevas puertas dentro del largo e infinito laberinto que compone la mente humana.

En esta sección que aquí inauguro queda dedicada a la memoria de Isidoro Sánchez Santoro, español de raíces italianas, que a través de los laberintos del destino acabó sus días en una pequeña aldea de la sierra de Segura y tuvo a bien tener a mi madre, que a su vez trajo al mundo a un servidor. Gracias por todo, abuelo.

En cuanto a esta sección, en ella pretendo dar a conocer mi opinión sobre los libros que van pasando por mis manos, pero no buscando con ello una crítica exhaustiva de los mismos. No trataré de ser más objetivo de lo necesario, ya que no cuento con los conocimientos necesarios y además, al final, un libro como cualquier otro texto tiene tanto de quien lo escribe como de quien lo lee, que es finalmente quien pone los puntos sobre las íes. De modo que quien quiera un comentario a modo de esbozo sobre un libro, está en el lugar indicado. Quien pretenda hacer un trabajo sobre un texto o busque claridad y fundamentación, le aconsejo que busque en otro lugar. De la misma forma, agradezco cualquier punto de vista que arroje luz o amplíe las ideas que pueda tener lo escrito.

Queda pues, inaugurada, la sección DeLibros.

2 comentarios:

  1. Gente memorable y admirable como tu abuelo dan envidia. Por cierto, esta entrada me recuerda mucho a una cita que se haya en un cajón lleno de libros de intercambio que hay en una tosca taberna sevillana que frecuento. No lo recuerdo exactamente y no quiero meter la pata, así es que te la escribiré la semana que viene.

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  2. Todo un personaje tu abuelo! Admirable y luchador! Con este relato me he acordado del mío. Mi abuelo materno Alberto, zapatero remendón de profesión, siempre que iba a visitarlo lo encontraba con un libro entre sus manos. De aquí mi afición por la lectura que tanto me está ayudando ahora para evadirme de la monotonía del día a día. Yo también tengo un libro suyo que me quedé como herencia y que guardo como una reliquia. Se trata de una enciclopedia que contiene toda la materia que se daba en los colegios en aquellos tiempos.

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