martes, 16 de febrero de 2010

El diluvio sin Noé


Que cachondo oyes. A este Murphy, cuando se lo propone, nada se le escapa. Y sin pestañear.

Esta tarde me ha tocado. Ha ido a por mí de lleno, de frente y sin pensarlo. Mirada aviesa y puños rígidos. Ha decidido que debía ducharme antes de llegar a casa, que de nada valdrían paraguas, ropa, así como cualquier mal cobijo que hallare en las callejas y soportales de esta ciudad. Que el diluvio habría de suceder en el margen de tiempo -largo o corto según se mire- que transcurre entre las ocho y cinco de la tarde, cuando atravieso la puerta del curro, y las ocho treinta y cinco cuando  llego a casa. 

Lo malo de estos tiempos es que, aún estando preparados para todo, somos incapaces de afrontar realmente casi nada, o bien nos la meten doblada a la mínima con algo que no estaba en el guión. Se produce un incendio en un edificio de veinte plantas, y resulta que la magnífica y amplia escalera de incendios tiene bloqueadas las puertas de acceso -cuestiones de seguridad-. Nos metemos con el bemeuve nuevecito a ciento noventa bajo la trasera de un camión, y a pesar de que dijimos al fulano del concesionario que no reparara en gastos y metiese en el carro cuanto por activa o pasiva admitiese como equipamiento, resulta que este no tenía nada capaz de evitar que la ballesta de la rueda izquierda atraversara el cristal como una lanza y nos hiciera una radiografía bucal gratuita. Y en el caso que nos ocupa, pues no íbamos a ser menos -ya está bien con el atraso andalú y los estereotipos, pardiez-.

Han bastado cinco minutos de lluvia intensa para que por las calles circulase un palmo de agua que, válgame Dios, el alcantarillado no es capaz de absorber. Gracias, supongo, que no hemos  alcanzado las precipitaciones de Cádiz hace un mes ni por asomo. Las aceras, estrechas con el fín de dar cabida a más tráfico, son una mezcolanza de paraguas, arboles, contenedores, más paraguas, lluvia a raudales y alguna fuente improvisada proveniente de un tejado sin canalón. Si tienes la negra suerte de verte inmerso ahí, peleando por tu hueco en la calle entre champiñones que vagan sin rumbo bajo el diluvio, da fé de que acabarás duchado.

Pero no todo queda ahí. Siempre hay algún amable ciudadano que tiene a bien ayudar, como el par de prendas a los que se la pelaba pasar zumbando junto a la parada de autobús, regando al personal a su paso. No me he quedado ni con tu jeta ni con tu matrícula, imbécil del Seat Toledo, pero ten a bien saber que a cada uno le tocan las suyas. Aunque, a mi pesar, dudo que me pille presente cuando te pasen a ti la factura.

Alguna vez el urbano -ese gran desconocido los días de lluvia- se presentó ante nosotros. Pobres ignorantes, pensamos que parecía terminar el cuento, más faltaba el postre. Las leyes de la gravedad, los desagües chapuza en las calles y el hecho de vivir en uno de los puntos más bajos de la ciudad, hicieron que la parada -y cincuenta metros por encima y por debajo- parecieran las marismas de Doñana. De perdidos al rio, nunca mejor dicho, y si la corriente me arrastra, encantado de haberte conocido, piensas en ese momento, mirando a la prójima.

Por supuesto, como Dios manda que sean los menesteres de Murphy, el caos, y su puñetera madre, no había terminado de quitarme ropa y zapatillas en casa mientras blasfemaba en esperanto cuando ya había parado de llover. Maldita sea, pensé. Qué pena que a estas alturas de la novela, para casos como este, no nos quede ni Noé, ni arca.

2 comentarios:

  1. que es malo el alcantarillao de Jaén?? deberías ver el de mi pueblo

    ResponderEliminar
  2. El del pueblo... no lo dudo, visto el estado del firme de tu calle, por ejemplo. Pero cabrea ver como te venden Jaén como la capital del santo, católico, apostólico y turístico imperio del aceite de oliva, y a la hora de las infraestructuras somos más pobres de mente que un pastor de Santiago de la Espada -con todos mis respetos al oficio ganadero-.

    Tres ejemplos señeros de lo que digo, y aludiendo a lo que dice María, son el subterraneo que da acceso al gran eje (avda. de andalucía) o la travesía recién remodelada junto a la universidad y Urende. En ambos casos, las privilegiadas mentes descartaron la idea de que pudiera llover (...) y que esa lluvia debiera ser encauzada. Así, en ambos casos una tormenta de poca envergadura hizo que se acumulara una cantidad decente de agua. Otro ejemplo es el Puente Tablas, cuya población ha sido evacuada entre ayer y hoy por inundaciones. Es lo que tiene edificar cerca de un rio y ni tan siquiera encauzarlo como es debido.

    Luego, lo de siempre. Qué malo el ZetaPé y la Peñalver oyes.

    ResponderEliminar