jueves, 1 de julio de 2010

Cuando el calor llega

Un año más vuelve a repetirse el ciclo. Un inverno vagamente frío, lluvioso en extremo este último, poco común para lo que estamos acostumbrados. Luego una primavera tardía, aunque en esencia ande sobrando el abrigo a finales de febrero, una primavera tímida que se deja sentir unos cuantos días de abril para en un abrir y cerrar de ojos dar paso al calor, a la manga corta, a la sensación de aturdimiento cuando no se anda cerca de un aparato de aire acondicionado. 

Lo que en las primeras semanas de junio se hace llamar calor, luego queda en el recuerdo como una sensación suave, quizá acogedora, como un sol duro bajo el que no gusta andar, un aire cálido y pesado que provoca desgana en la sobremesa y a primera hora de la tarde, pero aún así conforta un mundo bajo el que resulta soportable vivir, sentado a la sombra de un arbol, caminando por la acera a la caida del sol. Pero aquí, como en los clásicas y magestuosas actuaciones circenses, siempre hay un tipo bien, vestido de traje y tocado con bombín, que exclama, con su acentro al habla  probablemente centroeuropeo, aquello de más dificil todavía. 

Los informativos solo mienten cuando quieren, y no cuando uno quisiera que lo hicieran, como por ejemplo ahora quisiera leer en un diario o ver en las noticias que mañana las temperaturas bajarán diez grados de media en toda la península. Sin embargo prefieren acudir a la escabrosa verdad, a las temperaturas por las nubes, a las alertas amarillas por fuerte calor, a los repetitivos consejos para pequeños y ancianos de beber liquidos en abundancia, evitar callejear en las horas principales de sol. Hasta incluso tienen el detalle de presentar este hormiguero llamado Jaén como el que, por la presente, ostenta el record de temperatura mínima -lo siento por las vecinas Córdoba y Sevilla- con los maravillosos treinta y un grados celsius de los que disfrutamos anoche.

Yo me pregunto qué tendrá que ver exáctamente aquí el Guadalquivir, si probablemente ni desde el castillo sea posible divisar su cauce. Cómo es posible subir al coche, que este marque una temperatura, por ejemplo a esta última hora del primero de julio, y que a tres o cuatro kilometros de la ciudad, con independencia de la carretera a tomar, esa cifra baje en el termometro entre tres y cinco grados con una facilidad pasmosa. Cómo es posible que, de entre los cientos de kilometros cuadrados con que cuenta esta provincia, no hubiera un lugar mejor donde vivir y dejar vivido.

Así que toca sufrirlo, con rabia, con estoicismo, con desgana, con aburrimiento, con sopor. Los afortunados se marcharán a la zona de los puentes, y rezarán cada tarde para poder seguir disfrutando del fresco sin que una tormenta arrastre sus casas varios kilómetros rio abajo. Los menos afortunados, pero que al menos cuentan con un trabajo que les permita comer y con una máquina de aire acondicionado cerca quizá sobrevivan otro funesto verano más, maldiciendo probablemente el momento en que ellos o sus antepasados pusieron rumbo a aquella urbe en lugar de a otra cualquiera.

1 comentario:

  1. No es por dar envidia, pero hace no más de 4 o 5 días, andaba por aquí, por tierras londinesas, con pantalón largo, camisa y sudadera (polar del Decathlon) y tenía más frío que robando pingüinos. No es ni por asomo lo más interesante de mi estancia en la capital de Inglaterra pero me gusta mucho mucho. Saludos frescos.

    ResponderEliminar