domingo, 13 de marzo de 2011

Cuando la naturaleza golpea

Una vez más el planeta ha demostrado quien manda aquí. A Japón de poco o nada le ha servido ser la tercera potencia económica mundial. De poco le ha servido poseer industria puntera en muchos sectores, como automóvil, electrónica, informática. De poco le ha servido ser un gran exportador, tener una red de infraestructuras inmejorable, incluso el disponer de la última tecnología en predicción y prevención de catástrofes tales como terremotos o seísmos. Cuando la naturaleza golpea al ser humano, desde el rincón más pobre del tercer mundo hasta la 5ª Avenida en Nueva York, este pasa a ser lo que fue siempre a pesar de su ego: una pequeña hormiguita en un hormiguero que, más grande o más pequeño, no deja de ser un hormiguero a merced del planeta.

Pienso en la densidad de población del lugar. Si esto hubiera ocurrido afectando a una franja de varios kilómetros de una zona poco o nada habitada nos hubieran quedado las imágenes para el recuerdo de grandes olas y poco más. Pero le sucedió precisamente a Japón, isla de 377.835 kilómetros cuadrados con una densidad de población que ronda los 335 habitantes por kilometro cuadrado. Las imágenes que pronto se incorporarán a los libros de historia hablan de ciudades enteras arrasadas por el paso de olas enormes, vehículos movidos y aplastados con la aparente sencillez con la que se aplasta un vaso de plástico, edificios enteros de los que, en el mejor de los casos, queda un armazón que da pistas de lo que un día fue.

La pregunta ahora es si ha pasado ya lo peor, o no. Aunque no vuelvan a producirse réplicas intensas del terremoto, ahora se enfrentan a varias decenas de miles de desaparecidos de los cuales muchos habrán fallecido, otros puede que no sobrevivan lo suficiente como para ser rescatados. Hay que sumarle el miedo en las últimas horas a que los daños en la central nuclear de Fukushima desencadenen un nuevo Chernobyl. Problemas de suministro energético, una industria paralizada en seco, miles de cadáveres que pronto empezarán a descomponerse y a convertirse en fuente de enfermedades. El caos absoluto del cual el hombre del siglo XXI creía haberse librado por completo. Una vez más.

El aspecto positivo se pone de manifiesto al comprobar cómo diversos países se ponen en marcha una vez más para ayudar en todo lo posible en las tareas de rescate y reconstrucción. Como si de una herida se tratara, todos los esfuerzos ahora van encaminados a restablecer una normalidad que tardará años en volver. No deja de ser triste sin embargo que deban ser acontecimientos como este los que estimulen sentimientos humanos de ayuda y cooperación desinteresadas, personas que hace pocos días probablemente se hubieran podido cruzar en una calle de una ciudad de Japón o de otros lugares del mundo, abstraídos cada uno en sus pensamientos o escondidos tras unas gafas de sol y un reproductor de música, sin saber que uno de ellos se vería ayudando al otro poco tiempo después.



Me asalta el pensamiento, por otra parte, de lo que hubiera supuesto para nuestro país una catástrofe así. Cuánto tiempo mantendría la gente la calma, cuánto tardarían en producirse actos de vandalismo con la intención de acopiar víveres o hacer negocio con ellos, cuánto tardaríamos en ver revueltas sociales de grupos interesados en ajusticiar al gobierno, a la monarquía, a fulanito porque es del Barcelona, cuánto tiempo tardaríamos en señalarnos unos a otros con el dedo buscando culpables de todo -¿habrá algo más español que la puñetera búsqueda de responsabilidades, como si todo se resolviera y los muertos volvieran a la vida con un simple "es que tu, pero es que tu, y es que tu"?. Cuesta poco imaginarse la escena como si se tratara de una viñeta de periódico: un lugar arrasado por el agua, escombros y restos por todas partes, y Zapatero y Rajoy a pocos metros uno de otro, flotando sujetos a trozos de madera, uno probablemente lamentando que la repuesta del gobierno llegó dos minutos tarde, pero optimista hasta rozar el absurdo, el otro reprochando hasta la nausea, como acostumbra,todos y cada uno de los errores cometidos por el que parece único responsable suceda lo que suceda.

4 comentarios:

  1. En primer lugar, buenas de nuevo, por fin he podido recuperarme y poder seguir tu blog, has escrito mucho desde entonces, intentaré ponerme al día :P

    En cuanto a lo que dices,hace ya casi un año escribí algo parecido: http://conloqueduele.blogspot.com/2010/03/el-mundo-se-va-la-mierda.html

    No me gusta mucho creer en las supersticiones pero cada vez veo más cercano que el mundo en 2012 se acabará, no me refiero a que un meteorito nos borré del mapa, ni a que los extraterrestres nos ataquen, sino al hombre. Está claro que visto lo visto y en lo que está desembocando todo, no tiene ningún sentido seguir como estamos, deberán/deberemos cambiar muchisimas cosas. Al principio me daba miedo, ahora estoy ansiosa por saber en qué acaba todo esto.

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  2. Yo creo que hay cosas que son inevitables: hay lugares del mundo que sufren inmensas sequías, otros nevadas de meses, y algunos terremotos y tsunamis, como es el caso. La frágil naturaleza del hombre y el hecho de que "está de paso" se hacen mucho más patentes cuando ocurren estas desgracias. Incluso algunas veces nosotros mismos nos damos cuenta de que siempre les toca sufrir a los mismos, como fue el caso del terremoto de Haití.

    Pero antes que pensar en la (evidente) decadencia del ser humano, yo prefiero analizar cómo el mundo entero se pone en marcha, el propio país afectado empieza a resurgir, aparecen iniciativas por todos lados, unos se molestan en ayudar a otros.

    Es hermoso ver que no todo está perdido, por más que nos empeñemos en decir que ya no hay valores. Lo que pasa es que es una pena ver que sólo nos portamos como humanos (con corazón de carne, quiero decir) cuando sucede algo tan terrible como ésto.

    Un abrazo.

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  3. Bienvenida de nuevo a estas tierras digitales sevillana. Ya empezaba a preocuparme la larga ausencia de una de las seguidoras más fieles de la página. Espero que la gripe haya pasado a la historia y te encuentres mejor. Tomo nota del enlace. Echaré un vistazo al artículo del que me hablas. Me suena remotamente haberlo leído, pero entraré a ver. En cuanto a lo que mencionas de ese Apocalipsis… yo prefiero no descartar ni confirmar nada. No creo en supersticiones, sinceramente. Otra cosa es la estimación que se pueda realizar sobre el futuro que nos espera en base al mundo que tenemos ahora, pero creo que es una predicción donde entran en juego muchas variables. No soy optimista sobre lo que nos espera, pero tampoco quiero caer en el nihilismo absoluto. La Historia está ahí, y probablemente no va a pasar nada que no haya pasado antes. Tampoco siento especiales ganas por ver el final de la película; vuelvo a lo de siempre: hacer de mi vida un camino lo más coherente posible con mi forma de pensar y con lo que creo que debo hacer, tratar de ser feliz, y el día que todo termine (para mi o para todos en conjunto) decir hasta luego sin más vueltas.

    Siempre digo que por una persona puedes hacer muchísimas cosas mientras esté viva. Las flores, las velas, las lágrimas, las palabras y demás no sirven de nada cuando ese alguien muere. Con el planeta podría decir lo mismo. Prefiero hacer lo que está en mis manos, ahorrar energía, usar el coche lo imprescindible, separar para reciclar cuando puedo, hacer de mi trabajo otra forma de reciclaje, en este caso de ordenadores… Si un día llegan las catástrofes, posiblemente ya poco pueda hacerse.

    Cuidate y sigue escribiendo!

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  4. Hola Gijón, cierto es que muchas partes del planeta llevan siglos condicionadas por determinados factores, como sequías, inundaciones, nevadas, tsunamis. Quizá el problema sea que, al menos en apariencia (hablo sin contar con datos sobre ello), algunos de esos factores medioambientales o terrestres han pasado a producirse con mayor violencia o suceder en otros lugares donde nunca han sucedido o no lo han hecho desde hace siglos. Ahí está por ejemplo el fenómeno conocido como El niño. También hay algo que me preocupa en cierto modo, y es que la subida de la temperatura en los océanos en teoría trastornaría las corrientes submarinas que regulan la temperatura y las condiciones atmosféricas en muchas partes del mundo; todo ello debido a la vieja historia de los gases y el efecto invernadero que nadie parece tomarse en serio. Creo que hay señales suficientes como para creer que algo está cambiando y deberíamos poner soluciones -esto no se arreglaría de un día para otro apretando un botón- antes de que sea tarde.

    Hablas acerca de que siempre les toca sufrir a los mismos. Acerca de esto tengo una teoría, no se si acertada o no, que abarca entre otros los ámbitos político, social y económico. Supongamos un país cualquiera que por su situación se ve sometido al menos una vez cada década a algún desastre natural, un tsunami, por ejemplo. Algo así supone paralizar al país y dedicar muchos esfuerzos a devolverlo de nuevo a su estado normal. Si pasado un tiempo vuelve a repetirse una catástrofe así ese esfuerzo podría considerarse en vano en cierto modo: habría que empezar de nuevo. Una tierra que ha de estar reconstruyéndose constantemente difícilmente puede alcanzar en riqueza y nivel de vida a otros países. Decía Julio Llamazares hace unos días en una charla que dio aquí presentando su último libro que en su juventud estudió derecho, aunque dejó la abogacía un año después de empezar. Durante la carrera, decía, recordaba haber tenido una asignatura donde se estudiaban las condiciones socio-políticas de un país en función de su situación geográfica y su clima. Comparaba cualquier país de centroeuropa -pongamos, Alemania- con una democracia asentada y una población de determinadas características, con otras más al sur, como pudieran ser España u otros países ya en Africa, haciendo mención también a Túnez y Libia. Siempre sospeché que el clima pudiera influir en una sociedad, pero no hasta el punto de ser objeto de estudio en toda una asignatura de derecho.

    Y sí, resulta hermoso -a la par que triste- ver cómo la humanidad deja a un lado todas sus diferencias tras un acontecimiento como este. Hay algo que en cierto modo me fascina, y es cómo se puede comparar casi a la perfección la evolución de algo tan pequeño como una célula con algo tan grande como el mundo. En ambos casos, tras un accidente todos los esfuerzos se vuelcan en la reparación de los daños producidos. Da igual hablar de una herida en un brazo, un incendio en un edificio de una ciudad, o una catastrofe como la de Japón.

    En fin, a saber qué nos quedará por ver.

    Un abrazo.

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