domingo, 6 de marzo de 2011

Mañanas de domingo bajo el sol

Caminar entre calles desiertas y semáforos en verde que dan paso a coches fantasma, a una hora en la que la vida nocturna a dado paso a los pocos osados que caímos temprano bajo las sábanas. Ocho grados en la calle y unos tímidos rayos despuntando sobre los altos edificios del paseo de la estación. Un café con tostada ojeando el periódico, una vez más las mismas noticias de siempre con distintas caras, tomando como postre otro de los cuentos del pequeño gran libro de Julio Llamazares, Tanta pasión para nada. Pagar el café a un antiguo profesor como parte del pago a tantas y tantas palabras aprendidas antaño en la lengua de Shakespeare. Pasear por calles viejas de siglos camino de casa, entre gentes que empiezan a salir y se disponen solos o en pequeños corros junto a paredes y esquinas asemejando a felinos que gozan del tibio sol de marzo, con la extensión del día abriéndose como una promesa, como una carretera cuyo fin se pierde en el horizonte de una tarde que dará muerte al sueño de otro fin de semana dejando su hueco a un nuevo lunes.

Una más de las pocas mañanas que sirven para reconciliarse con estas piedras y con la gente que las habita, que tan poco necesita para sacarse los ojos mutuamente.

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