domingo, 6 de marzo de 2011

Por diez kilómetros hora

Una vez más se unieron el pan y la gana de comer. De una parte, el gobierno y su implantación de la noche a la mañana de una norma de eficacia cuestionable. Por otro, el pueblo que ve en cada movimiento de ficha por parte de quienes mandan alguna acción perniciosa para sus intereses. Una vez más la historia de siempre del pueblo soberano y los dirigentes que merece.

Pensaba en ello el fin de semana pasado mientras atravesaba media España, entre Jaén y Cuenca. Por costumbre, y en viajes largos especialmente, suelo mantener un ritmo de entre 115 y 125 Km/h por autovía, sin carrerillas ni sobresaltos: conservas la mecánica, mantienes el consumo a raya, te cansas menos. Y una vez más, lo de siempre. El todo terreno de lujo, el coupé del niñato, el monovolumen con familia dentro que llega tarde a su hotel, el de la furgo que cobra a tanto el paquete entregado, la tartana tuneada con la L detrás, el de la moto que pasa en vuelo rasante. Tantos y tantos personajes con un motivo justificado por el que circular, me calculo mientras pasan a mi lado, de 150 para arriba.

En una ocasión hace mucho tiempo yo también metí el zapato derecho hasta ver en el marcador 190 Km/h, por ver qué se sentía y tal. Y la verdad es que no la tengo más larga desde entones, ni aquello subió mi ego a las nubes, ni he encontrado en todo este tiempo un solo motivo que justifique el jugarse el pellejo de esa forma más allá de probar hasta límites poco razonables el rendimiento de la mecánica -según el fabricante mi coche aún daba de sí unos 10 km/h más-. Ni he vuelto a repetirlo ni me quedan ganas de hacerlo. 



Esta noche empieza el baile...

Pero sin embargo debe de tener algo, pues muchos pasaban, como digo, para pedirles fuego. Y lo mejor quizá no sea el que pasa ligero tirando del caballaje de su Audi o su lo que sea: uno de mis favoritos es el paleto que se coloca detrás tuyo mientras sobrepasas a otro vehículo, pongamos, a 130 Km/h, avisándote con airados rafagazos de que o aligeras y te apartas o pasa por encima tuyo. Resulta, machote -o machota, por quien pueda estar leyendo esto-, que si en ese momento no me sale del arco correr más, no pienso hacerlo, entre otras cosas porque no veo motivo para ello, por muchos gestos que te vea hacer por el retrovisor, con tu cara roja de ira y ese humo saliéndote de las orejas. Si tienes prisa madruga, que he leído en alguna ocasión. En el mejor de los casos puedes aspirar a que levante ligeramente el pie del acelerador y te haga perder 20 segundos más de tu valiosísimo tiempo.

Me hace gracia especialmente cuando leo o escucho comentarios que hablan de las condiciones en las carreteras alemanas, en cuyas autobahn no hay limitación de velocidad, pero si una recomendación de 130km/h y limitaciones parciales en determinados tramos. Y entonces viene cuando me pregunto cómo se nos ocurre compararnos con ellos. Puede que tengamos sus mismos coches, pero ni tenemos sus carreteras ni mucho menos su mentalidad. Baste como ejemplo de esas diferencias la dimisión de un político alemán hace pocos días tras haber sido descubierto que buena parte de su tesis doctoral fue copiada; aquí no tendríamos ese problema. Enumérenme si no cuántos políticos con doctorado tenemos, y cuántos han dejado su cargo cuando el desagüe se desbordaba a su espalda.

Hay otra cosa que no terminaré de entender nunca, y es por qué nadie prohibe a los fabricantes de coches -ya que ellos no parecen darse cuenta- sacar a la calle vehículos que superen, pongamos los 140 km/h. Otra cosa serían vehículos especiales como ambulancias, policía y demás, que no deberían ir limitados. Pero que el resto coches, aunque tuviesen los tropecientos caballos que tanto se estilan a día de hoy, fueran incapaces de pasar de una cierta velocidad por mucho que apretases el pedal. No estoy muy al día en este tema, pero si mi coche con 23 años ya alcanzaba de fábrica los 200km/h, ¿cuánto puede alcanzar un coche medio hoy día?. Y que nadie me hable de conductores responsables, que entonces sí me tiemblan las piernas de la risa.

Por todo esto y alguna cosa más no supe qué pensar cuando me enteré de la reforma en autovías y autopistas. La idea es simple: ¿quién va ha hacer que esa tropa de Fitipaldis circule a 110km/h?. A mi personalmente me da lo mismo. Ya digo que soy partidario de mandar las carreras a los circuitos. Pero tal y como está el patio, quién va a tomarse en serio esta reforma.

Hubiera salido más económico, y probablemente más efectivo, OBLIGAR a los conductores a no sobrepasar los 120 km/h salvo en las excepciones determinadas por la ley. Así, probablemente se hubiera alcanzado el objetivo de ahorro energético y la disminución -leve- en la contaminación sin clavarse desde el gobierno la etiqueta a la espalda de afán recaudatorio en la que todo el mundo piensa, por desgracia, sin mucho esfuerzo.

Aquí la principal carrera parece la de la tontería nacional, con la gente por un lado y los gobernantes por otro. A saber dónde diablos estará la meta.

2 comentarios:

  1. [...]se nota que cada vez son menos los que meten zapato...[...], con lo demás estoy de acuerdo, pero en esto no tanto. No sé, puedo estar equivocado como cualquiera, pero aún así invito al ejercicio de la observación: todo está ahí fuera, y lo que yo veo es que corremos demasiado confiados en nuestros coches, en nuestra cabeza, en nuestras carreteras o en lo que llevamos entre las piernas.

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  2. Estoy de acuerdo con Corso en esto último. Yo conduzco por carreteras con límite 100 y 120 km/h, rozando los límites algunas veces, sobre todo el primero, y siempre hay algún listo que me pasa VOLANDO por el lado izquierdo. Eso, unido a la falta de educación al volante (y en la vida, en general), a la peculiar mentalidad española (otra vez, completamente de acuerdo contigo) y a entender que el coche es una prolongación de algunos cuerpos masculinos... cóctel difícil para aplicar cualquier límite de velocidad.

    Es imposible no ver un ánimo recaudatorio en esta medidad, porque lo hay, pero deberíamos pensar en algo que va mucho más allá: nuestro propio interés por nuestra vida, por el Planeta, por el medio ambiente... temas que, sin embargo, deberían salir de nosotros "motu propio", y no por ley o sanción administrativa.

    Brillante entrada, por cierto.

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