lunes, 6 de junio de 2011

Conciliación de la vida laboral con la vida personal y otras patrañas del mundo moderno

Dos semanas han pasado desde la última vez que pude escribir y publicar algo. Y es que en estos días, especialmente la última semana, el desbarajuste a mi alrededor ha sido lo único que iba bien, especialmente en el trabajo, donde la habitual jornada se me quedaba corta y raro era el día que podía salir, más o menos, a la hora establecida. Aunque en cualquier caso la hora de salida da igual: la implicación mental en el asunto llega hasta tal punto que tratar de aprovechar cualquier resquicio para otra cosa era prácticamente una tarea inútil.

Entonces surge la chispa, la clave de la historia: tengo veintisiete años y un trabajo con dos tardes, en teoría, libres, además de los fines de semana; no tengo hijos ni cargas familiares de ningún tipo. Apenas invierto tiempo en desplazarme por la ciudad, ya que vivo en un punto bastante céntrico y además tengo cerca el trabajo, y no invierto en el sueño más de ocho horas. Sin embargo, la visita a la estación Linares Baeza en la mañana del pasado martes para asistir a la presentación del proyecto del Museo Ferroviario y algún problema con el coche que me robó el sábado de principio a fin, junto a los desvaríos del trabajo durante la semana, lograron que no tuviera ocasión de coger un libro hasta ayer por la tarde: el ritmo de vida me aparta de lo único sin lo cual no sé vivir. Maravilloso.

Ante tal situación, una solución sería reducir las horas de trabajo a la semana junto a la correspondiente reducción de sueldo. Pero claro, primer error: el funcionamiento del patio está estudiado para que tengas que "necesitar" un mínimo de dinero imprescindible al mes si quieres sobrevivir, pagando alquiler, comida, facturas. De poco sirve disponer de tiempo libre si luego no es posible cubrir las necesidades básicas. Y no mencionemos el concepto de ahorro.

Y si no podemos reducir la jornada laboral y disponer de más tiempo, qué hacer. No tengo ni idea. De entrada, este texto está siendo escrito durante el desayuno de un lunes cualquiera, poco antes de irme a trabajar. Quizá no me dé tiempo a terminarlo, o no encuentre un hueco en el trabajo para colgarlo: inconveniente este de no ser robado a mano armada por cualquiera de las compañías que se reparten el pastel de las telecomunicaciones en España y que me sacarían entre 45 y 60 euros por una línea a la que no daría más de diez horas de uso al mes.

Si al menos dispusiera de una mente privilegiada, tal vez podría darle vueltas en la cabeza a las ideas que pretenda escribir, diseñarlas y estructurarlas palabra por palabra, y así bastarme con cinco minutos para transcribir un texto ya escrito en mi cabeza. Pero, pardiez, tampoco cuento con esa virtud.

Pero compliquémoslo un poco más: propongamos una situación ficticia, con una hipoteca a pagar en cincuenta años, una letra de coche y dos críos a los que vestir, alimentar y llevar al colegio. Ahí no bastaría con un sueldo de algo mas de ochocientos euros, de modo que habría que abandonar esas dos tardes libres por semana junto con los sábados, amoldarse hasta el extremo, no trabajar para vivir sino vivir para trabajar, es más, ser tu trabajo. Alienado, perdido, abandonado al cumplimiento rutinario de las costumbres impuestas por el uso social. Aun así, como no bastaría para cubrir gastos, la socia tendría que llevar un ritmo de vida semejante, con lo cual seguiríamos probablemente apretados económicamente, pero al menos no nos quedaría tiempo para mirarnos a la cara y mucho menos para discutir. Menos mal que no tendríamos que preocuparnos por la educación de los niños, algo de lo que se encargarían esas grandes herramientas creadas por la humanidad a tal efecto: la tele, la consola y el ordenador.

En cualquier caso, parece ser que el desarrollo social implica someterse a lo antedicho, para que todo funcione: gana dinero, gástalo en todo lo que puedas, y en lo que no, dale de comer al banco sacando un préstamo o una hipoteca. Consume, mueve el dinero, compra cuanto te pongan por delante sin preguntarte si merece la pena o no, si lo necesitas o puedes prescindir de ello. Sé ambicioso. Sé una hormiga más del hormiguero, fiel y trabajadora, y no preguntes.

Por poco más que esto, Larra se pegó un tiro con mi misma edad. Hasta el próximo artículo.

2 comentarios:

  1. ... Y aún así, hay mujeres que tienen dos hijos, trabajan y son amas de casa, estudian para perfeccionar su CV, atienden a su familia y amigos, y hacen la compra, me llaman cuando estoy enferma y siempre me cogen el teléfono cuando yo las necesito, llevan a sus niños perfectamente peinados y no descuidan su persona. Pagan una hipoteca a cuarenta años por un piso minúsculo que se plantean dejar porque ya son cuatro en la familia y no caben, pagan la letra del coche haciendo malabares con dos sueldos que no recompensan el trabajo realizado sino el tiempo que les privan de sus familias, y siguen sonriendo. Y me comentan, con ojos alegres, que nunca habían sido más felices.

    Y a mí me da la impresión de que, aunque sea teóricamente insostenible, seguiremos en esa dinámica hasta que el cuerpo aguante, porque si algo puede el ser humano es superarse, sacar de donde no hay en situaciones extremas, y seguir, seguir.

    Y no habrá conciliación familiar, porque lo veo venir y porque soy mujer, esas cosas las huelo, y en unos años me veré como mis amigas, jurando que nunca he sido más feliz pero con cinco horas de sueño en el cuerpo.

    Sólo espero que haya algo más en mi vida que confianza ciega en una ley que nunca llega, en un cambio de mentalidad que nunca será real o en una evolución hacia el "matriarcado empresarial" que aún tardará siglos en establecerse: espero que lo que haya al llegar a casa sea tan, tan grande que compense todo lo feo que viva de puertas para fuera.

    Echaba de menos tus artículos y tu análisis minucioso de la realidad.
    ¡Un abrazo!

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  2. Vaya pedazo de escrito. Yo sé que eres bueno en tus reflexiones, pero con este te has superado. Y luego dicen que la juventud no piensa, la pena es que solo seais unos pocos los que le dais al coco. Ha merecido la pena esperar tu escrito. Bueno chaval suerte y a la tecla, un abrazo de esta lectora que tu conoces y que ya peina canas.

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