lunes, 25 de julio de 2011

Chaquetas en Julio

La quietud y el vacío de la primera hora de la mañana de cualquier domingo es el mejor momento para moverse por la ciudad. Hoy sin embargo las calles guardan un aliciente especial, algo tan poco habitual que sería maravilloso poderlo fijar o retratar de algún modo para siempre, tarea imposible sobre los trazos de un papel o las líneas de una fotografía. Salir del portal y sentirse de pronto inmerso en una sensación que parece tan antigua y desconocida al principio, el hormigueo en los brazos propio de una brisa fresca, casi fría, tan alejada de pronto de los veintiséis grados con los que despierta habitualmente esta ciudad en verano, la aconsejable necesidad de una fina chaqueta horas más tarde, mientras la misma brisa recorre la plaza y la fuente y yo leo distraído en un banco cercano.

Qué impensable un día de Julio en el que los termómetros perezosamente ascienden hasta los veinticuatro grados camino de las doce, calma en el ambiente propia de un soleado día de Febrero, gentes que ayer rehuían el sol desde el amanecer a la puesta y hoy se paran gozosos en mitad de las plazas o se adueñan de los bancos dispuestos al sol buscando, como el antiguo lagarto de las leyendas de la ciudad, el calor mínimo necesario para mantener el ritmo de su organismo vivo. Es impagable regresar a las suaves temperaturas de un tiempo tan impropiamente veraniego. Sentir el bullicio de ideas en una cabeza por un día no entorpecida y alienada por el calor, no aletargada y envilecida por la facilidad con la que se presentan el cansancio y el mal humor, sentir las ganas de salir, las ganas de escribir. Las Ganas De, como diría Joaquín Sabina.

Son momentos como este, de tregua, de lucidez, de sosiego, los que me obligan a desempolvar la vieja vindicación de cambiar de vida, de trabajo, de ciudad, desembarcar en un lugar lejano, mejor cuanto más al norte. Tanta gente obsesionada por perseguir el sol sureño y dejarse abrasar por él, y yo mientras tanto ansiando la oportunidad de marcharme lejos, de huir de la borrachera ultravioleta que veo en tanta gente a mi alrededor y en los que no soporto reconocerme.

2 comentarios:

  1. Precisamente el otro día me acordé de ti y de todo mi entorno jiennense cuando, a eso de las 11 de la noche, practicamente hacía falta la rebequita incluso aquí en Sevilla, donde siempre hay un extra de calor con respecto a aquella zona. Me gusté bastante imaginando las terrazas de los bares de Jódar llenas de gente incluso con sudaderas. Que extraño verano, como extraño fue el invierno. ¿Se acerca la tercera glaciación?

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  2. ...se acerca sin duda. Sálvese quién pueda.
    Adoro el frío, pero no lo digo muy alto porque en Madrid también hay borrachos de sol que me miran raro.
    ¡Brillante reflexión!
    ¡Un abrazo!

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