martes, 4 de octubre de 2011

Un taller literario.

Poco antes de las nueve de la noche de ayer llegaba a casa como de costumbre, cansado tras el día de trabajo al mismo tiempo que gozando la alegría intensa, casi nerviosa, de un niño en su primer día de colegio. Hace días, en uno de tantos paseos por la Biblioteca Pública encontré un pequeño cartel con actividades para el mes en curso, y una de ellas me llamó especialmente la atención: un taller de narrativa.

Confiarme en exceso en las nuevas tecnologías me supuso no prestar apenas atención al cartel. Seguro que en la red encontraré esa misma información y probablemente alguna más, debí pensar. Pero lejos de tal acierto, un primer vistazo en la mañana de ayer no conseguí dar con ninguna información, a lo que se añadía esa ambigüedad que a menudo se padece en cuanto a las fechas, y que me hacía pensar en el inicio del curso como algo aún lejano en el tiempo. Las circunstancias sin embargo se encadenaron en esta ocasión de forma que, aun jugando con la tensión de los últimos minutos previos, en ese margen en el cual todo empieza a darse por perdido, conseguí inscribirme y pasar a formar parte del grupo de alumnos.

Probablemente en la heterogeneidad del grupo resida su verdadero valor. Como piezas dispares de un mismo puzle, la aportación individual al conjunto es especialmente imprescindible por su misma diferenciación del resto. No me creo capaz de aprender a enfocar el mundo sin ayuda desde la perspectiva de un chico de catorce años, de una chica que ejerce periodismo y rondará los veinticinco, de un hombre que debe rondar los treinta y ha sabido convertir su ceguera en un leve contratiempo que halla en el tacto y el oído su resolución, el de un hombre jubilado y de origen humilde llamado a las letras con el fin de aprender a dar forma a esas ideas que cruzan por su mente pero se resisten a ser moldeadas. Quedan aún por mencionar otros tantos en los que me incluyo, y de los que destaco al hombre que, habituado al verso, busca en este taller su iniciación en la prosa o a ese hombre cuya perspectiva de cada mundo varía respecto a la de la mayoría, al ver condicionados cada uno de sus desplazamientos por una silla de ruedas.

Tras una charla introductoria y una breve presentación individual donde tratamos con mayor o menor suerte de desenmarañarnos del fantasma del miedo y la vergüenza, llevamos a cabo un par de curiosos ejercicios prácticos, dos pequeños fragmentos escritos en base a una idea y un concepto, una maleta abierta sobre una cama y un vecino. Se apoderan de mí todas las incertidumbres posibles cuando compruebo con pesar que el tiempo asignado, algo menos de cinco minutos, me resulta insuficiente en el primer caso. Mientras tanto, el segundo es terminado a tiempo y con razonable calidad, en lo que me pareció una carrera donde era preciso sobrepasar el semáforo antes de que pasara a rojo sin mediar un ámbar.

La raíz misma de todas las oportunidades que el taller ofrece está unida intrínsecamente al de todas las frustraciones y miedos posibles, elevados y moldeados por una sola pregunta, y es hasta dónde es uno capaz de llegar sobre el papel. Cuál es el indicio irrefutable que aconseja abandonar a tiempo ese barco, antes de llegar a la última página.

En cualquier caso sé fiel al dicho. Nunca mires abajo.

1 comentario:

  1. Te deseo toda la suerte del mundo en esta nueva experiencia. Cada vez veo más cercano el momento de ir a una librería a solicitar una obra de,tu autoría. Mientras tanto disfruta haciendo lo que te gusta. Un abrazo.

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