miércoles, 2 de noviembre de 2011

Al final del andén

Una mañana de domingo en el octubre de hace ya dos años regresaba del pueblo en una de tantas idas y venidas, cuando me propuse variar la ruta de siempre y desviarme unos kilómetros para acabar en Linares - Baeza. Tras abandonar la Nacional, guiado por la señalización me movía entre calles modestas con poco bullicio y casas bajas, y tras varios giros en esquinas que parecían no llevar a ninguna parte, acabé en la puerta de la estación que da nombre al lugar, la antigua Estación Baeza - Empalme, más tarde conocida como Estación Linares - Baeza.




Aquella primera visita estuvo marcada por la brevedad. Un corto paseo por el andén, un café en el Restaurante Las Palmeras, una mirada furtiva a ese viejo vagón de carga pintado de azul junto a los muelles cubiertos, taxis en la puerta y la tranquilidad impropia de un nudo ferroviario antaño conocido en media España. Caminaba de un lado a otro con la mirada de la ignorancia, incapaz de adivinar en aquel instante la parada de los tranvías que hasta mediados de los pasados años sesenta se situó hacia el centro de la plaza, el trasiego de cientos de empleados yendo de un lado para otro en un trabajo cuyo aletargado romanticismo no disminuía su rudeza, gente que esperaba un tren en el que marchar o del que ver bajar a alguien, el ruido constante al otro lado de la estación acompañado por la espesa humareda de las locomotoras de vapor que durante más de un siglo pasaron por allí. Fui incapaz de ver a unos jóvenes llamados Joaquín Sabina y Antonio Muñoz Molina entrando y saliendo del edificio de viajeros, yendo y viniendo de esos mundos extraños e intrigantes a los que todo el mundo alguna vez ha aspirado a marcharse. Tampoco sabía nada sobre un tal Otto Zenner y su ayudante Ramiro Retratista, en esa despedida memorable narrada con tal verosimilitud en El jinete polaco, que cuesta creerla tan solo como un ejercicio de imaginación. Ni tan siquiera vi a aquella mujer con medias negras que toreaba con el bolso a los tranvías según decía una vieja canción.

[...]En la estación, vestido con su uniforme de la guerra del catorce, que había guardado durante más de veinte años en el maletón que trajo de su país, la cabeza cubierta con el casco puntiagudo y recién abrillantado y la máscara antigás colgada reglamentariamente al cuello, [Don Otto Zenner] se despidió con un abrazo paternal y castrense de Ramiro Retratista, su discípulo, su primer y único aprendiz, casi su hijo adoptivo, le exigió juramento de perseverancia en el arte sublime de la fotografía de estudio y subió al correo de Madrid después de dar un taconazo, perdiéndose luego, mientras saludaba a la romana desde una ventanilla, entre el humo negro de la locomotora, y posiblemente  también en la demencia senil y en los vapores ya irreversibles del schnapps, pues aunque nunca volvió a saberse nada cierto de él dijeron que su expedición a las estepas de Rusia había concluido en Alcázar de San Juan, donde estuvo retenido por embriaguez y escándalo en el cuartelillo de la Guardia Civil hasta que unos loqueros a los que embistió con el pincho de su gorro prusiano mugiendo en alemán se lo llevaron al manicomio de Leganés o al de Ciempozuelos.[…]
Antonio Muñoz Molina, El jinete polaco.
Ha pasado el tiempo y aquel pueblo ha llegado a adquirir una proximidad similar a la de los lugares propios de la infancia, y por vaivenes de la vida he llegado a formar parte como miembro de la Asociación Linares-Baeza de Amigos del Ferrocarril, compuesta por medio centenar de socios de todas las edades, profesiones y lugares pensables, pero con algo en común: la vindicación del tren como medio de transporte y a la vez como forma de vida y como pasatiempo.


Unos llegaron a la asociación movidos por un pasado unido al ferrocarril, y encontraron en ella una forma de compartir experiencias o de dejar a un lado el tedio de la jubilación. Otra gran mayoría disfruta con el modelismo ferroviario a escala tanto o más que con los trenes reales, y tienen en las reuniones de socios la posibilidad de ver los detallados juguetes de unos y otros además de poder rodar los propios en la maqueta a escala de la estación de Santa Elena. Otros ven en la fotografía de trenes e instalaciones el encanto de encerrar entre los escasos centímetros de una imagen un momento de la vida. Los hay que, como yo, llegaron allí sin mayor vínculo con el mundo del tren que una efímera vocación nunca llevada a más, quienes llegaron allí sin saber exactamente qué iban buscando y van hallándolo sobre la marcha.


A lo largo de estos dos años, además de contar con la amistad de varias decenas de personas que he ido conociendo y con quienes he podido compartir memorables momentos, he ido reuniendo las piezas del puzle que explicaba la atracción desde la infancia hacia esos animales mitológicos, como en alguna ocasión los definió Sabina.

"Cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte [...]"
Los vaivenes de esta España harían que la línea de ferrocarril que durante el siglo pasado a punto estuvo de tornar en comunicada la incomunicable serranía jiennense de Segura y alrededores se quedase en un desperdicio económico desorbitado y una cadena de estaciones, puentes y túneles abandonados a lo largo de varias provincias. Nunca llegó a circular por ella un solo tren y, sin inaugurar, pasaría a formar parte como un elemento más del decorado de la geografía española. Circulando en coche por la N-322 resulta habitual encontrarse con restos de aquellas infraestructuras, adornando como vestigios de posguerra las tierras jiennenses homogeneizadas desde hace siglos por el verde de los olivares. El tren, por otra parte, siempre simbolizó el marcharse, el abandonar el mundo conocido y empezar de nuevo, el nomadismo. Sin embargo tales trenes habrían de quedarme tan lejanos como para no haber viajado en uno hasta pasados los veinte años.

Los tiempos corren turbios en este país, padeciendo la profunda resaca de varios años de brindis con champagne, y los ferrocarriles están pagando igualmente esa resaca. La competencia con la carretera, el encarecimiento general y una más que dudosa gestión hacen que el vehículo del progreso durante el siglo XIX se vea relegado a un segundo plano, dejando a menudo a un lado cualquier tipo de romanticismos o tentativas hacia la conservación de elementos cuya utilidad y coste se impone en algunos casos a mas de cien años de antigüedad.


No hay elemento más inexorable que el paso del tiempo, y mientras muchas líneas o estaciones de grandes núcleos urbanos dudosamente verán en los próximos años una disminución del uso, otras tantas poco a poco verán recortadas sus circulaciones e incluso se verán abocadas a desaparecer, desmanteladas sin dejar rastro en pos del mismo progreso que un día las vio nacer. Líneas condenadas al mismo olvido, igual que en el olvido se pierde el gesto de temor de aquel español que pretendía marchar huyendo del hambre, esperando sentado sobre un maletón de madera del final del andén.

2 comentarios:

  1. Grande Don Otto. Todo esto me,recuerda, entre otras cosas, a la macromaqueta que todos los años montan en la estación de Santa Justa. Hace un par de años que poe distintos motivos no me dejo caer por allí, pero este, sin falta, me personaré y adquiriré documentación grafica y sonora pa compartirla contigo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gran texto Pedro.

    En verdad, cuando empezamos con el proyecto de la Asociación allá por el año 2003-2004, no nos imaginamos llegar hasta, donde de momento lo hemos hecho. Cierto es, no somos muchos socios, como bien comentas, aproximadamente medio centenar, pero eso no quita que día a día luchemos por lo que nos gusta, por realizar las actividades, encuentros, etc.

    En lo que lleva de historia, hay un punto que marca el antes y después de la Asociación: la compra del J3. Nos lanzamos, a la piscina casi vacía, casí abriéndonos la cabeza. Y todo surgió con un "ese vagón lo van a desguazar...¿y si lo adquirimos?". Estábamos cegados con la adquisición, hasta el punto de no parar a pensar fríamente el "cómo responderán los socios", los cuales, la mayoría, lo habéis hecho francamente bien, ya fuera el día X o el día Y, pero habéis colaborado de la mejor manera posible, cosa que, se agradece. Creo que tú el vagón ya lo conociste con la maqueta, no lo conociste "recién entregado". Ya te mandaré unas fotos, ya verás el cambio.
    Tampoco veíamos el día en que pudieramos, aunque fuera, darle un lavado de cara, estaba muy muy mal por fuera, ya sabes, la madera...Pero cuando fuimos a Córdoba en ¿abril?, vimos un rayo de esperanza que, en agosto, fue un cielo abierto por completo, y el resultado, pues es el que más de cien personas pudieron ver el pasado sábado.

    Aunque, como quien dice, "lo grande está por venir aún".

    En fin, no me enrollo más, me ha gustado mucho el texto ;).

    Un saludo,

    ResponderEliminar