martes, 22 de enero de 2013

Lo estamos pagando

Cada día una nueva manifestación, una nueva réplica, una nueva voz que se alza sola o en compañía para protestar contra una solución a un problema que produce más daños que el problema mismo. Las semanas dan paso a lo meses, y estos se van sumando hasta juntar ya varios años de lo que, acertadamente o no, hemos convenido en denominar crisis. Y lo peor es que los malos del cuento, con organización y paciencia, se están saliendo con la suya.

Alzar la voz, gritar una consigna, alzar una pancarta, protestar en privado y en público, poner verde al personaje de turno que se abre paso en la televisión del bar. Manifestarnos, cortar calles, colapsar una ciudad entera o todo un país, provocar el despliegue de fuerzas policiales que en demasiados casos preferirían estar del otro lado y no con los cascos y las armas, a sabiendas en cualquier caso de que de las dos partes saldrá más de uno camino del hospital. Tantas formas de protestar que al final acaban diluyéndose entre la marea de noticias de cualquier medio de información.

Hace falta algo más,
pero la pregunta es qué. Es necesario encontrar los métodos que conduzcan a equilibrar la balanza, y desde luego imprescindible ajusticiar —cada cual aquí puede adoptar el significado que más adecuado considere— a todos aquellos que, con la ley en una mano y el talonario en la otra, están logrando que todo un país se vaya a pique.

Y mientras nos manifestamos,
pagamos. Demasiados de entre quienes cuentan con un trabajo y podrían o deberían aspirar a reconducir su vida ahogan la desesperación de no poderlo mandar al diablo por miedo a pasar a formar parte de la conocida con sorna como la empresa más grande de España. Unos y otros, en paro y en activo, felices y deprimidos, seguimos pagando lo que por imposición nos han dicho que tenemos que pagar. Dinamitan lo público y persiguen cualquier posible vía de recaudación; razonable o no, es lo de menos: hay una cuenta que pagar. Hay excesos de producción de cosas que ya nadie necesita o no puede comprar o puede traer desde otra parte por precios simbólicos; hay un país donde cuando la música cesa alguien ocupa dos o tres sillas, por lo que pueda ocurrir—habiendo para mí que le den al vecino—; hay una desmemoria macabra que parece obligado refrescar cada ciertos años.

Las noticias sobre casos
de corrupción pasan ya desapercibidas de tan habituales. Hastiados e impotentes, nos hundimos en el fango de la rutina y la desesperación. Parece que solo nos queda pagar y a seguir esperando. 




Del primer álbum de dibujos de Gustavo Adolfo Bécquer
(http://www.flickr.com/photos/bibliotecabne/sets/72157632584838158/with/8405083724/)








No hay comentarios:

Publicar un comentario