domingo, 10 de enero de 2010

Civismo



Temprano, demasiado temprano, un atajo de paletos se empeña cada día de la semana en despertarte a la misma hora que ellos lo hacen. Te levantas, y mientras preparas el desayuno contemplas por la ventana cómo el atasco en sentido entrada a la urbe llega hasta donde la vista alcanza. Imaginas que hay municipales en la redonda, al tiempo que los conductores muestran con un concierto de claxon lo que les divierte la idea de otro día de trabajo, o tal vez llegar dos minutos tarde a fichar al mismo.


Sales a la calle. Tras tu paso cierras la puerta del portal, averiada e incapaz de cerrarse por sí misma o ser cerrada por cualquier vecino, aun a sabiendas de los precedentes sucedidos el año pasado por ello. Llueve. No merece la pena romper otro paraguas con los vientos jiennenses, toca mojarse. Caminas por la acera, agrietada y levantada en algunos lugares como si de los restos de Belchite se tratara, esquivando como puedes los regalos dejados por los dueños de cánidos del bárrio -los perros se limitan a obedecer y a llevar a cabo una necesidad biológica-, así como los restos de comida con los que desde algunos pisos creen conveniente alimentar a la fauna.

Cruzas la calle. Junto a tí pasa alguien en coche probablemente medio dormido y ligero de zapato, llega tarde, importándole un carajo si hay un charco a tu lado y te ducha doce horas antes de lo previsto. De un arbol cuelga... una bolsa de basura, contenido incluido. Hastá qué punto se ha integrado la basura en la naturaleza, piensas. Llegas a la parada de autobús. Minutos después una tartana amarilla aparece por la esquina y se detiene. Con una velocidad directamente proporcional a la edad la gente se avalanza sobre la entrada del autobús, evitando supongo la molesta sensación de la lluvia en la jeta y el poder quedarse sin sitio para sentarse.

El urbano arranca. Como de costumbre es más que probable que en cualquier Stop, Ceda el paso, semáforo o cambio de carril algún espabilado ponga a prueba la paciencia del conductor. Deben tener el estómago a prueba de nervios, idiotas y bombas atómicas, imagino, para tragarse una decena de putadas de ese tipo a diario sin arrollar a nadie en venganza o mentarle los muertos al sinvergüenza de turno. Bajas y caminas hacia el trabajo, luchando para que caminantes ocultos bajo paraguas no te salten un ojo, viéndotelas para poder llegar a la acera, gracias al cariño entre coches con el que aparcan en la zona, con menos de quince centimetros de separacion en algunos casos -una decena de coches abandonados en esa calle y las próximas no ayudan precisamente-.

Ya en el tajo, la historia es para echarle de comer aparte, facilmente resumible con que la clientela cada día cree más de lo que sabe -no sabe más de lo que cree, a pesar de lo que la masa piensa por mucho foro y mucho primo que entiende-, te piden disparates ante los que debes callar y obedecer -el cliente siempre lleva la razón, aún sin llevarla-, te exigen rápida disponibiliad de sus latas porque se aburren y echan de menos el Solitario, porque su niño tiene que imprimir un artículo de la Wikipedia para el cole, o porque le pasaron una peli en cd que no pueden ver. Algunos hasta incluso los utilizan para trabajar, a los cuales tratas de dar cierta prioridad en mitad del caos. De vez en cuando incluso te asaltan con alguna llamada telefónica pidiendo instrucciones para arrancar el ordenador o incluso cosas más difíciles, como activar un antivirus gratuito en tres pasos, simulando con sus maneras el Control de cuentas de usuario de Windows -me dice que ya está, que pulse aceptar, le doy o no?-. Por supuesto todos los servicios prestados son caros y lentos. Inexplicable. Total, el ordenador lo hace todo solo. No entiendo por qué tras dos días mi equipo/huevo Kinder con pelusa como premio no está listo, si solo queria formatear e instalar todo límpio pasando los 400 gb de datos que tengo en cuantro perfiles de usuario. Eso sí, déjame hasta los iconos del escritorio como yo los tenía, anda, que si no me pierdo.

Sales de la maraña por fín, satisfecho o frustrado, según toque, y caminas hacia casa si el día lo permite, si no vuelta al urbano, encontrando lo mismo de siempre. El Requiem de Mozart interpretado por conductores ávidos de llegar a casa. Niñatos -o no tan niñatos- manteniendo a petroleras, talleres y aseguradoras a base de zapato y de confiar en los magnificos frenos de su buga, aliñando la escena con musiquita potente. Un humo denso que ahoga, mientras te preguntas cómo el arbolado de la acera soporta el ambiente cuarenta veces al día sin morirse de asco.

Finalmente llegas a casa, encuentras al motivo de tu existencia haciendo la comida y te preguntas qué es lo que falla, si el entorno, la política, la crisis, la educación..., mientras te prometes a ti mismo no salir de casa hasta el día siguiente, o si lo haces, que sea dirigiéndote al coche y abandonando la ciudad camino de cualquier parte a la misma velocidad que el tipo aquel de Soy leyenda cuando huía de los vampiros al caer la tarde, al tiempo que tratas de ver hasta qué punto eres portador del mismo virus que parece extenderse por todas partes, o de cuanto tiempo pasará hasta que seas por completo otro eslabón de la cadena.

No voy a entrar en campos como criminalidad, seguridad ciudadana, palurdos con pelos de punta que revientan espejos de coche por la calle mientras otro aplaude, babea y lo graba para luego publicar a los cuatro vientos tamaña azaña, problemas de convivencia con inmigrantes emperrados en creer que esto es su tierra, borrachos que endiñan estiba a todo lo que se mueve, siendo habitualmente la prójima lo que parece moverse más que nada -arma política cojonuda, dicho sea de paso-. Carecemos de modales, de respeto y de maneras, y el miedo y los excesos de disciplina de una dictadura han dado lugar décadas más tarde a que cada perro se lama su miembro, esto sea un bebedero de patos donde ha de tener más cuidado ante la justicia quien se defiende que quien ataca, pase lo que pase nadie sabe nada -hasta que pasa, y luego todo el mundo lo advirtió pero no le hicieron caso-, y otras cuantas virtudes de las cuales podemos sentirnos orgullosos. El pasmo de occidente.

Lo mejor de todo no es lo que tenemos, sino lo que nos espera todavía. Una población en exponencial aumento junto a una incultura incomprensible en plena era de la información, con un ministerio y unos métodos de educación de los que se rien hasta los paises más limitados de la Unión Europea -menos mal que lo vamos a solucionar a base de dar portatiles a los pekes en el cole, ¿no, señora Moreno?-. 

Aunque me resisto a creerlo cada día, cada día surgen nuevos motivos para creer que tenemos lo que nos merecemos. Y tela con los méritos que estamos haciendo. 

2 comentarios:

  1. cada día cree más de lo que sabe -no sabe más de lo que cree.

    Con todo esto que dices y aun hay gente que se preocupa porque "su equipo" de futbol pierde. Añadiría tanto que al final sería más de lo mismo, de modo que no añadiré nada.

    eso si, un año más los Magos de Oriente no se han portao bien conmigo y no me ha traido mi ansiado regalo: que exploten todas las motos del mundo excepto las de mi jefe (son para trabajar).

    ResponderEliminar