viernes, 25 de diciembre de 2009

Sin pensarlo dos veces


"Solo se puede ser realmente feliz cuando no se ansía todo, lo material y lo inmaterial, sino cuando se conocen bien las  necesidades propias y se tiene aquello que las satisface, además de saber bien cómo cuidarlo y cómo no perderlo -cuestiones que no tienen por qué ir de la mano-. 


La posesión solo sirve para retenernos en el tiempo y  para sentir, cuando todo se acaba, que es mucho lo que dejamos atrás, restando a menudo importancia a lo que quizá si la tiene."

lunes, 21 de diciembre de 2009

El día que nunca llegó.

Van ya diez años de calendario, con sus días y sus noches. Creo que no he sido consciente de ello hasta que me he visto allí de nuevo, sobre aquel peñasco a las afueras de ninguna parte. En el mismo rincón escarpado donde antaño una fémina que tenía casi tanto de niña como de mujer y un servidor jugamos a querernos como sólo es posible quererse cuando se tienen quince años y ni perspectivas ni preocupaciones. Cuando aún no te devuelve el espejo la imagen de todos los muertos que dejaste en el camino y de los puentes que quemaste.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Somos los últimos


Se lo han llevado. Un viejo amigo me puso al corriente la última vez que estuve por la zona, hace un par de semanas. Se trataba de un Renault 12 TL familiar, de principios de los 80. Su dueño, un hombre mayor de la zona, debe haberse cansado de él. O quién sabe. La cuestión es que a estas alturas puede incluso que se haya transformado en un cubo metálico de 1 metro de lado, pasando a formar parte de la geografía de cualquier desguace.

Hasta hace pocas semanas era, junto a mi Renault 12 S de 1973, el último superviviente conocido en toda la comarca de la sierra de Segura. Te han dejado solo, chiquitín. Eres el último. Somos los últimos.




Aquellos fueron otros tiempos, hace unas dos décadas. Por aquel entonces resultaba un coche funcional, cómodo, de mecánica robusta y fiable, las reparaciones resultaban razonablemente sencillas -nada que ver con un coche actual, que ha de pasar por el sistema de diagnostico por ordenador a la primera de cambio- y con poco esfuerzo cualquier taller podía facilitarte cualquier recambio -comparemos precios entre aquellas piezas y las de un coche moderno-. Pero los años pasan, y de la misma forma que yo registro cada día más canas,el avance de la técnica hace que mantener un coche como este se convierta cada vez más en un reto. Eso si tienes la intención de conservarlo, claro.

Ha llovido mucho desde que allá por 1969 Renault presentara el R-12. En 1984 se fabricó la última unidad, y comenzó su declive. En el lugar de donde hablo, la sierra de Segura y alrededores, en mi infancia llegué a contar cerca de una treintena de estos coches, en una época en la que la población podía rondar algo más de 2000 habitantes y el presupuesto no daba para más de un coche por familia. En mi casa llegaron a haber dos unidades hasta tiempos relativamente recientes, aquellos tiempos en los que llegué a reunir por curiosidades del destino cuatro rombos bajo el mismo techo.





Las vueltas de la vida provocaron que tuviera que deshacerme de dos de ellos. El Laguna pasó a la historia a manos de mi hermano en su tercer día de carnet, mientras que el espacioso R12 TS Familiar forma parte de la colección de mi buen amigo erbarbas, granaino que sabe apreciar el R12 como nadie.  Por su parte, el Renault 21, duro sucesor del R-12 me está paseando por media España según la economía lo permite, y el Renault 12 SLE, amarillo y con techo de vinilo -un capricho en la época- espera tranquilo en una cochera a su definitiva restauración, constituido ya como último superviviente de una generación, la generación de los coches que soportaron noches de frio en la calle como nadie, labores de campo, viajes familiares. La generación Renault 12.

sábado, 19 de diciembre de 2009

El día de la marmota



Solo que conmigo en el papel de Bill Murray y con bastante menos gracia. Más de uno de quienes han tenido ocasion de ver Atrapado en el tiempo seguramente en algún momento de su vida se han sentido como el fulano ese, víctimas de un extraño conjuro universal que te condena a vivir exáctamente el mismo día una y otra vez, siendo tu mismo el único que, extrañamente, eres consciente de ello.

martes, 8 de diciembre de 2009

Aminatou Haidar o la vergüenza de ser español

Lo malo de no hacer bien las cosas es que las chapuzas  antes o después se acaban rompiendo por algún lado, y arreglarlo entonces se convierte en algo con diferencia más complicado. Un ejemplo muy gráfico que me viene a la mente es ese suelo barrido una y otra vez, donde toda la porquería pasa a bajo la alfombra. Un día bajo esa alfombra no cabe una mota de polvo más, y un simple paso hace que reviente y ponga de mierda hasta el cuello cuanto la rodea en diez metros a la redonda.


En 1975 España le dio la espalda al Sahara y su gente por aquello de no nos hace falta aquello y aquí tenemos con qué entretenernos, dejando en bandeja de plata el terreno a Marruecos y Mauritania, quienes a base de  Marcha Verde y anhelos soberanistas dijeron aquí mando yo ahora, y si no te gusta el desierto es muy grande.



Nadie termina de comprender por qué España no plantó cara en 1975, así como por qué se lava las manos y dice hacemos cuanto se puede cada vez que el tema sale a la palestra. Lo malo es cuando surgen casos como el de Aminatou, que aparte de sacar el tema, recuerdan que hay asignaturas pendientes, y que basta ya de pasar de curso con cosas suspensas. Pero tal y como se esperaba el Gobierno de turno en general y el Ministerio de Exteriores en particular están teniendo ocasión de lucirse y solucionar el incidente como todo buen español espera que se haga: barriendo por encima y metiendo la porquería bajo la alfombra, como de costumbre.




Aminatou Haidar, activista saharaui, ha pasado de hacer simplemente ruido a copar el inicio de informativos de televisión y ser portada en diarios nacionales. Y todo de la forma más simple y pacífica posible: no haciendo nada contra nadie y llevando a cabo una  huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote desde el 15 de noviembre que, a unos cuantos, a ambos lados del estrecho empieza a tocar las narices.



Por la parte española, Moratinos suda tinta entre el caso de Haidar, Gibraltar y sus aguas y el secuestro de los cooperantes en Mauritania, diciendo que se está haciendo cuanto es posible -¿alguien lo dudaba?-. Ahora a Exteriores les parece lo más sensato que Haidar se deje de rollos, abandone la huelga, y acepte la nacionalidad española. Todo sea por llevarnos bien con nuestros amiguitos del turbante -alianza de civilizaciones y besitos en la boca para todos-. Desde Europa no se mojan más que lo mínimo y, cual mosca cojonera, como siempre, consideran la historia como una chiquillada que ha de terminar sin buenos ni malos y cuidando que el estado de salud de esta mujer no empeore. Marruecos se permite tranquilamente chatajearnos con que les dejemos en paz y nos comamos nosotros la historia con patatas, o de lo contrario nuestras "buenas relaciones" se podrían trastocar, amenazando con no cooperar en asuntos de tráfico de drogas, terrorismo e inmigración. Ole. Como vuelvan a multarme al volante exigiré al caballero que retire la multa o no volveré a detenerme en un semáforo en rojo. Ahora resulta que el pais alauita no está cumpliendo con su obligación, sino que se trata de un favor de tu a tu. Por majos.

Por su parte, el Frente Polisario, harto de que se les mangonee durante décadas y en vista de que los implicados consienten en ver a Haidar bajo tierra mientras se pasan la pelota, está avisando  que más vale que Haidar vuelva y además viva.


En vista el estado de salud de Aminetu y de la magnitud del asunto, es probable que el desenlace se produzca en pocos días. Veremos cómo.


Si alguien se anima a profundizar en el tema, en la página de Sahara Libre tenéis mas información, pudiendo además firmar el manifiesto de apoyo a Haidar.







domingo, 29 de noviembre de 2009

King of the road

Me tienen harto oyes. Tanto, que cada vez que me pongo al volante poco me falta para que se me revuelva el estómago y me tiemblen las manos al pensar lo que me espera. Y eso que, por fortuna y gracias a mis circunstancias actuales no necesito el coche a diario, pudiéndome apañar razonablemente  con el transporte urbano. Eso siempre y cuando no llueva o haya algún invento por medio que ponga aún más patas arriba este laberinto sin Fauno que es Jaén en la actualidad, aunque a esto último me voy acostumbrando, ya que la remodelación y adecuación de las ciudades parece haberse puesto de moda en toda España. Sin ir muy lejos, a nuestros vecinos de la capital granadina les han caído las suyas y las de un bombero con la implantación del metro.

Como decía, tengo la suerte de no tener que circular por ciudad, pero no tanta como para prescindir de coche también algunos fines de semana o en circunstancias especiales, cuando he de echarme a la carretera, la mayoría de las veces, por motivos familiares. Y es ahí donde más me tocan la moral los amigos de llegar minuto y medio antes a su destino, o los de con tres copas controlo.

Que no me cuenten milongas de permiso por puntos, de endurecer la legislación sobre circulación y aumentar la gravedad y cuantía de las sanciones, de un mayor número de controles en carretera. Nos hemos acostumbrado a hacer lo que nos da la gana al volante -como en todo-, creyendo en nuestra inmortalidad, en la fiabilidad y seguridad de nuestros magníficos coches, y lo que es peor, a creer que al pisar el asfalto somos los reyes de la carretera, y los demás pueden apartarse o bien exponerse a sufrir nuestra incontenible furia más que justificada -me estorbas y llego tarde imbécil, ¿quieres más explicaciones?-.

Y luego pasa lo de siempre. Nos da el alto un tipo vestido de verde, y si por cualquier circunstancia nos da un ticket de descuento de puntos para nuestra oficina de Tráfico más próxima, o nos llega a casa una notificación pidiendo diezmos en concepto de indemnización por pasarnos de listos frente a algún radar, maldecimos al sistema hasta que se nos seca la boca. Evidentemente la culpa siempre es de los radares mal dispuestos, o bien del guardia que descargó la mala leche producida por tener que estar ahí en mitad de un cruce y no en su casa contra el primero que pasó y que, por desgracia, fuimos nosotros. Afán recaudatorio constante, creo que lo llaman.

También puede darse el caso extremo. Vamos surcando los caminos de la piel de toro con nuestra robusta máquina y de pronto, eso que no pasa nunca, va y te pasa. Una mancha de aceite en la calzada, una curva que calculaste mal, un adelantamiento para el que el motor de 180 caballos no fue suficiente, y te ves dos segundos y medio después con las ruedas mirando a la Meca, envuelto en cristales y con una sustancia roja y viscosa pringándote la jeta -qué diablos será eso, puede que se pregunte alguno en tales lances-. Es una papeleta que puede salir de forma asquerosamente fácil hasta incluso circulando correctamente; si hacemos méritos extra, el premio está casi asegurado.

Los hay que se reforman tras un episodio así y, vuelvan a conducir o simplemente se remitan a una silla de ruedas de por vida, se conciencian como nadie de lo que hicieron mal y de lo que jamás volverán o volverían a hacer. Otros tal vez no hacían nada mal, y simplemente salió su bola. Algunos, a quienes agradezco su labor sin conocer ahora mismo ningún caso concreto, hasta invierten su tiempo en usar su ejemplo como lección para otros, y quiero pensar que esa lección sirve de algo al menos a algunos de los que la reciben. Finalmente los hay que simplemente terminan su carrera en una curva o contra un camión, y no conocen una segunda oportunidad. No se lo esperaban, y seguramente no les dio tiempo a pensarlo, pero ahí acababan amores, familia, viajes, juergas, una trayectoria laboral o de estudios. Todo al carajo y sin previo aviso.

Pero, total, para qué tener en cuenta nada de esto. No puede pasarme a mi.

sábado, 28 de noviembre de 2009

A modo de prólogo

El sueño de la razón produce monstruos. El sueño de la sinrazón, el sueño de Hyde, produce catástrofes e induce al error, al caos, al fin. El sueño de la razón. Goya lo vio. Sufrió en su pellejo la lucidez en una tierra de sotanas e ignorante, y tituló así una de sus láminas de la serie Los Caprichos. Yo, aun compartiendo esa perspectiva, muestro la propia, la de la sinrazón, la de la inteligencia convirtiéndose en la herramienta que destruye.

Tenemos para rato.