sábado, 19 de diciembre de 2009

El día de la marmota



Solo que conmigo en el papel de Bill Murray y con bastante menos gracia. Más de uno de quienes han tenido ocasion de ver Atrapado en el tiempo seguramente en algún momento de su vida se han sentido como el fulano ese, víctimas de un extraño conjuro universal que te condena a vivir exáctamente el mismo día una y otra vez, siendo tu mismo el único que, extrañamente, eres consciente de ello.

En la película, el embrollo comienza cuando en el radio-reloj despertador comienza a sonar I got you babe de Sonny y Cher. El protagonista se pone en marcha y, tras ponerse a punto, baja a desayunar al bar del hotel, secuencia que repetirá una y otra vez. En mi caso, el teléfono móvil desbancó hace algún tiempo al despertador, pero ni tan siquiera me hace falta. Cada día a las seis de la mañana, con puntualidad inglesa, en el piso de arriba arranca una actividad frenética que incluye botas de campo que pasean por la casa, visitas al cuarto de baño, conversaciones a un volumen propio de la España profunda... Todo ello, en principio, a cualquiera le importa un cojón de pato. Lo malo es cuando te plantan papel de fumar  a modo de paredes y techos, y en lugar de un leve murmullo proveniente de la planta de arriba, crees de pronto que el séptimo de caballería junto a los GEOS han tomado el edificio. A partir de ese momento te olvidas del sueño y solo pasa por tu cabeza una frase: largaos de una puta vez. Calma mis ansias de degüello en tales lances la idea de que, mientras yo seguiré en el catre hasta las ocho, a ellos les van a ir dando bien con los 2 o 3 grados con los que nos levantamos cada mañana.

Poco después vuelves a caer en los brazos del sueño, pero siempre hay alguien dispuesto a joderla de nuevo. Quién mejor que la madre de los anteriores, que pasadas las siete y media combate el frio con una útil dosis de limpieza y organización hogareña. No es cuestión de que empiece el programa de marujeo matinal y nos pille con los deberes sin hacer.

Asi que te acabas levantando, te vistes y aseas, desayunas y te pones en marcha. Llegas a la parada donde, a la misma hora, siempre hay la misma gente esperando al mismo autobús y viendo pasar a los mismos coches, debatiendo infalibles formas de gobernar a nivel de Jaén o bien nacional, aliñando los comentarios con nuestro clásico "ni poihas". No entiendo cómo la alcaldesa o cualquier otro mandamás puede meter la gamba en estos tiempos, con esa gente tan despierta y lúcida cerca, capaz de solucionar todo a golpe... de hacer que todo siga como está. Vivan las caenas, que se decía en tiempos de un tal Fernando VII.

En estas andas, cuando estás llegando al curro tras haber subido al mismo autobús, conducido por el mismo chofer que a su vez ha tenido que lidiar con las mismas obras. En la tienda te espera... lo mismo de siempre. Unas cuantas latas que reparar a cambio de un dinero que te permite costear facturas y vicios -aunque por fortuna esto último escasea-.

Tras una hermosa y tonificante jornada de trabajo -ay Rubianes... cómo te has librado del trabajar después de todo, mamón-, campo este que habría que dejar aparte para otra ocasión, vuelves a casa, y descubres con desgana que ni las ventanas  ni el espejo del baño se hallan más altos y debes seguir agachándote para hacer uso de cualquiera de ellos, las puertas siguen siendo estrechas, así que procura no pasar ligero o te puedes dejar un hombro en el marco, y sus goznes siguen chirriando como si se tratara de las puertas de la casa de la familia Monster.

Y luego, de vuelta a casa, como decía Sabina. Trata de descansar o de hacer algo que pida concentración, anda, majo. Nunca falta el tumulto en la calle, a lo que añadimos el factor como afine la vista veo lo que hay en la calle a través del fino muro . Cuando no es el tráfico de entrada o salida, son motos, o niñatos aburridos que ayudan a las petroleras a no pasar hambre -a los seguros tanto de lo mismo-, o vuelta al vecindario y a sus mudanzas de muebles diarias. Podemos añadirle las incomodidades producidas por una compañera de piso que no termina de comprender dónde acaba su libertad y empieza la mía, amén de ser un abanico de despistes tras el cual es preciso ir con el fin de arreglar desaguisados y apagar luces, y tenemos el día completo.

Total, que llegan estas horas de la noche, haces balance, y vuelves a la misma conclusión: "Por qué coño me levanté esta mañana. Te ha gustado? No, verdad? Da igual, vete haciendo a la idea. Mañana repetimos".

1 comentario:

  1. En el fondo el trabajo no es ni de lejos lo peor. Solo es un trámite de X horas diarias a cambio de las cuales supuestamente ganas tu sustento -verdad, señor Botín?-. Lo malo es rodear los problemas del trabajo con otros tantos y ver como el entorno se va volviendo cada vez mas hostil. Así el individuo se cabrea, salen los instintos más primarios y acaban -in extremis- apareciendo casos de conductores suicidas en sentido contrario y cosas por el estilo.

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