domingo, 23 de mayo de 2010

Cuando los años pesan

Como cada mañana te levantas. La tensión acumulada durante días en el cuello, tan solo parcialmente corregida cada cuatro o cinco noches tras un sueño medianamente decente o bien con Valium de por medio, sigue estando presente como siempre desde hace demasiado tiempo. Tanto, que ya no recuerdas la vieja sensación de lucidez al despertar, una vez abandonado el sopor del sueño. Mientras te aseas, te das cuenta de que en nada, o casi, se parece el rostro del espejo al de aquel que poco más de una década antes ansiaba salir del pueblo antes de convertirse en parte de este. Las ocasionales canas de antaño se han convertido en dueñas de la mitad de tu cabeza, y probablemente antes de que te des cuenta contaremos con los dedos los cabellos castaños que aun resistan a la quema.

Ya inmerso en las cuestiones de cada día, te das cuenta de que tu agilidad y capacidad de movimiento van decayendo poco a poco. De nada te sirve salir a correr, tratar de mantenerte en forma dentro unos límites mínimos. Además, el clima, ese elemento tan característico nuestro, tan de aquí, hace que sientas en carne propia eso que de pequeño oías, problemas de circulación, sin entender bien si se referían a cosas del tráfico. El notar cómo día tras día la llegada del verano, así como sus largos tres meses, se convierten en una fuente más de cabreo cuando en las últimas horas del día de la suela a las rodillas cuentas con sendos bloques de hormigón armado.

Además, no conviene enfangarse en esfuerzos demasiado intensos para la espalda ni estar sentado de forma incorrecta o durante mucho tiempo, o eso que las malas lenguas llaman hernia de disco, cuyo significado comprendiste también en tiempos relativamente recientes, te dará un aviso, a media altura de la zona lumbar. Si a pesar del aviso de emergencia abusas, ya sabes lo que te espera, una noche maravillosa a base de antinflamatorios y varios días en los cuales los esfuerzos quedan restringidos al mínimo. 

Resulta curioso sin embargo disponer de un centro meteorológico en el mismo cuerpo. En mi caso, la rodilla derecha es la encargada de avisarme con una leve pero contínua punzada de dolor durante varias horas de que algún cambio meteorológico de importancia va a producirse. Y todo porque una tarde, hace ya mucho tiempo, no tuviste cosa que hacer que caer de lleno sobre esa rodilla mientras te peleabas con una avería del antiguo LandRover, en el foso del garaje.

Miras tus manos, robustas, de dedos prácticos y fuertes, con marcas que demuestran la tradición familiar del trabajo físico, aunque empiezas a perder la precisión milimétrica que te permitía hacer tus pinitos en desmontaje y montaje de dispositivos electrónicos como los móviles aquellos que tuviste, el Alcatel o aquel otro, el TSM7, que tan buen resultado dieron y que además se dejaban abrir y limpiar como si tal cosa.

Tampoco tienes ya, y lo echas de menos quizás más que nada, aquella vieja capacidad de concentrarte en exclusiva en algo, dejando que toda tu atención se centre en ello, que nada dentro de tu cabeza salte de pronto y disperse tus ideas. Echas la vista al pasado y compruebas con pasmo cómo en cada cruce, en cada problema, en cada cosa en la que pudieras elegir, acabaste escogiendo lo que consideraste la mejor salida, aunque hoy, visto desde fuera -desde la sabiduría que te da el fracaso, decía el solista de Extremoduro al principio de un directo-, te das cuenta de que en demasiadas veces cogiste el camino equivocado. Contra ello no hay remedio, ya que la suma de todos esos momentos, libros, lugares y situaciones constituyen el yo, el aquí y el ahora. El pescado está vendido y no hay vuelta de página. Solo una biografía larga, intensa unas veces, ingrata otras muchas, y media docena de fantasmas que te rondan de cuando en cuando; sobre todo cuando creías -patética ingenuidad- que habían desaparecido para siempre.

Luego se sorprenden, voto a Dios, de que no haya pasado aún los treinta tacos, de que tenga los veintiseis que cuenta el de-ene-i. Quién sabe. Tal vez sea cosa de la Biografía, o tal vez de que mis años sean de doce meses, y los del resto, de algunos menos. Averigua tu, a estas alturas de la novela.

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