miércoles, 27 de abril de 2011

Radiación

En los últimos días una mezcla de pereza y desánimo están haciendo que mi paso por este rincón se reduzca a algo simbólico, casi inexistente. He aquí lo que espero sea un punto y aparte en tal tregua. Volvía a casa ayer por la tarde después del trabajo cuando vi a un grupo de personas manifestándose a las puertas de la subdelegación, y desde entonces hasta el momento en que me puse a escribir, media hora más tarde, estuve madurando algunos puntos de vista que me apetecía comentar desde hace tiempo.

Aunque no recuerdo el lema de la pancarta que portaban con exactitud, este venía a ser algo así como No a la energía nuclear, acompañado de otras pancartas, individuos vestidos de forma curiosa y palabras en voz alta que invitaban a los viandantes a reparar en su presencia y mensaje, cosa que considero han logrado. Pero, ¿qué hay de los hechos?

Les veía ahí, gritando y moviendo la pancarta, haciéndose oír ante el mundo y muy probablemente creyendo con firmeza en lo que decían. Pero y luego, qué. Empezaba a anochecer y unas tenues farolas se encendían sobre sus cabezas. Desconozco el origen de esa energía, pero nada me impide pensar que pueda proceder de una central nuclear. Casi una hora mas tarde, mientras yo escribía a la luz de una lámpara alimentada por energía eléctrica, ellos probablemente se habían marchado a casa, habían encendido algunas luces, tal vez una ducha rápida y una cena a continuación, quizás se lanzaron al ordenador para compartir con todo el mundo vía internet las conclusiones del evento. Todo ello al igual que lo que venga más tarde, y mañana y el mes próximo, movido por la omnipresente energía eléctrica.

Tal vez aquí no llegue la energía producida en una central nuclear. Tal vez empleemos la energía generada en cualquiera de las centrales hidroeléctricas situadas en cada uno de los pantanos que pueblan esta provincia, o incluso de alguna estación eólica o solar. Pero en cualquier caso resulta inevitable que miles de hogares, fábricas oficinas y calles, de toda España funcionen y se iluminen con la energía de una planta de las que ayer, quizá más que nunca, se pusieron en entredicho.

Hace unos días comentaba la situación de Fukushima con un amigo, bastante interesado en todo lo relacionado a la energía nuclear, y salió como era previsible esa otra central de la que casi nadie, fuera de las fechas señaladas en rojo en el calendario, parece acordarse nunca: Chernobyl. Ayer se cumplieron veinticinco años de la que probablemente se pueda catalogar como la peor catástrofe nuclear de la historia. Los datos sobre muertos y enfermos permanecen ahí, sobre el papel, creciendo con el paso del tiempo a pesar de lo lejano que queda aquel 1986, aunque a casi nadie le importe. Hay una cifra, espeluznante en sí misma, que invita no solo a la reflexión, sino a la acción real, si tenemos pensado seguir poblando este planeta a medio plazo: seiscientos años.

Miro hacia atrás, y ese salto de seis siglos me manda a la edad media, al tiempo en que los árabes ocupaban nuestro país. ¿Alguien imagina que un territorio hubiera sido contaminado por entonces con residuos radiactivos o empleados como cementerio nuclear? Dada la cantidad de accidentes naturales, desplazamientos de masas humanas, conflictos de todo tipo, que se han ido sucediendo, especialmente en los últimos dos siglos, ¿qué hubieran supuesto esas tierras envenenadas?. En el caso de Chernobyl hay gente que no quiere darse por vencida, ignorando un problema que sienten y respiran a diario. Personas resignadas y empeñadas en pasar página sin abandonar su casa, a sabiendas de que quizás sus hijos y los hijos de sus hijos arrastrarán genéticamente esa lastra y las malformaciones y los cánceres seguirán produciéndose aún cuando esos descendientes vivan en otros lugares limpios de radiación. Seiscientos años. Treinta generaciones de seres humanos aproximadamente que tendrán que elegir entre marcharse o seguir viviendo en una tierra condenada que les condena también a ellos, aunque no tengan nada que ver con lo ocurrido. Y en cuanto a la central de Fukushima, no hace falta un doctorado en física nuclear ni acudir a Iker Jimenez para ver que se trata de otro ejemplo similar de desastre al que nos conduce la carrera económica del siempre más que con orgullo confundimos con el desarrollo humano.



Se habla mucho de dependencia energética y no tengo más remedio que respaldar esa idea, pero no así. No apelando por un lado al derroche energético -aliñado con las constantes quejas por los "elevados" precios de la electricidad- y por otro a las centrales nucleares como única solución posible, basándome en que el ser humano, a lo largo de la Historia, ha sabido salvar obstáculos de todo tipo y envergadura. Pasos a seguir: encontrar la solución y convertirla en viable, punto este último que gracias a la mercantilización de cuanto nos rodea se ha convertido en algo menos que un sueño. El mejor invento pasa desapercibido y desaparece en la basura si no hay un interés económico detrás que vea un lucro adecuado en ello junto a su compatibilización con otro invento similar que pueda existir en ese momento en ese segmento de mercado. Y según podemos comprobar en el caso de las centrales que nos ocupan, con independencia del precio a pagar; entre otras cosas porque lo pagarán otros. Y caiga quien caiga.

Qué hacer, escapa a mi entendimiento. Tan solo se me ocurren vagas hipótesis, como la de cerrar todas las centrales y forzar, con todo el peso de la palabra, a los gobiernos a plantear alternativas reales, sin dejarles escudarse tras los ideales de la energía limpia y barata y el drama humano que supone cerrar una central -poco le importa acudir a tales soluciones a Telefónica, y sin despeinarse, entre tantos ejemplos-.

Y ahora es cuando llega el momento en que me hago la amarga pregunta del millón: ¿se nos caerá la venda de los ojos antes de que sea demasiado tarde?

1 comentario:

  1. ¡Hola Corso!
    Antes de nada, gracias por volver del paréntesis bloggero.
    Y respecto al tema de la entrada, efectivamente, es escalofriante pensar en cifras, poner todos los ceros de las cifras, para ser conscientes de todas las implicaciones. Y sobre la venda de nuestros ojos... yo sigo diciendo que algunos no ven las orejas al lobo, ni al lobo nuclear ni a ningún otro.
    De todas formas, como ya he comentado contigo, sigo teniendo dividida mi opinión, y aprecio esta misma división esta entrada tuya. Creo que es porque no sabemos, y posiblemente nunca lo hagamos, cómo seguir con este ritmo de vida y con esta conciencia ECO que tenemos.
    ¡Un abrazo!

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