jueves, 20 de enero de 2011

Carta de ajuste

Son las dos de la tarde y estoy terminando de poner la mesa. Enciendo el televisor y busco Antena 3 para ver durante la comida uno de los tres o cuatro programas que a estas alturas aún soy capaz de digerir: Los Simpson. Pocos minutos después, mientras comemos, la amable voz de una fémina de unos treinta abriles avisa: seis minutos y volvemos. Seis minutos para venderte todo lo vendible y afianzar un poco más tu ego, desde programas absurdos, ropa o juguetes de temporada, viajes, coches... Y comienza la batalla del zapping.

Comienza la batalla por encontrar una cadena con la que entretener esa pausa sin poner en juego las neuronas que a mi edad aún funcionan. Doy un paseo a lo largo de una treintena de canales mientras la comida se enfría y la prójima aguarda con la palabra en la boca, esperando poder reanudar la conversación. Hay que joderse, pienso a menudo, lo que están durando las pilas del mando.

Mientras leía ayer por la mañana Las culturas fracasadas, de José Antonio Marina, me encuentro con el siguiente fragmento: "[…] Las cadenas de televisión programan de acuerdo con los índices de audiencia. Cuando se las acusa de producir programas basura se defienden diciendo que su trabajo no es producir programas, ni buenos ni malos, sino vender publicidad sirviéndose de los programas y que, por ello, dan al público lo que el público quiere. Ambas partes tienen razón. Si el público rechazara los programas basura, las cadenas dejarían de emitirlos, pero, por otra parte, si las cadenas dejaran de emitirlos y los sustituyeran por otros programas atractivos, la audiencia se engancharía a estos. […]". Grata sorpresa toparse con un texto como ese. Coincido con el autor en todo. La teoría está clara, pero, ¿es posible llevarla a la práctica?

Lo más probable es que los privilegiados que tenían en su casa un receptor de televisión en la mañana del domingo 28 de octubre de 1956, no imaginasen lo que esa tarde, cuando hacia las ocho y media se pusiera en marcha la primera emisión de Radio Televisión Española, tendrían ante ellos. El milagro de las ondas y la electricidad convertidas misteriosamente en imagen y sonido. Mucho menos podrían haber imaginado aún lo que, algo más de medio siglo después, ofrecería ese aparato. Si los primeros tiempos se basaron en poca oferta, Tv1 y Tv2, horarios reducidos de emisión y censura hasta el extremo, hemos pasado, como bien acostumbra el español de pro, a darle la vuelta a la tortilla: cantidades incomprensibles -y por lo que aportan, innecesarias- de canales, turnos de veinticuatro horas de programación ininterrumpida en muchos casos, y libertad de expresión y prensa emborronadas, una vez más, y convertidas en bebedero de patos por tropas de mercachifles con corbata que, tras el reglamentario estudio de medios, dan a la funesta masa lo que esta quiere: estímulo facilón para los bajos instintos, colegueo, bazofia para todos los gustos, edades, religiones y creencias políticas.

Si te va el rollito de un puñado de palurdos encerrados entre cuatro paredes -Orwell debe estar retorciéndose en su tumba- ahí tienes Gran Hermano. Y por si no había suficiente con algunas horas de programa al día y el resto del seguimiento vía web, allí que van los chicos de ese gran canal y compran CNN+, convirtiéndolo ipso facto en Gran Hermano 24H. Quién diablos necesita otro canal de noticias; la gente quiere entretenimiento, no conocer los padecimientos del mundo mundial. Además, puestos a informar, Telecinco tiene unos magníficos informativos, de la talla de los de Antena 3 o mejor, con mucha sangre, muchas lágrimas, muchos detalles -a ver si así los malos aprenden a no meter la pata-, mucho de todo, convenientemente ambientados para hacerle sentir al telespectador directamente implicado en la faena. Y para todo lo demás, tenemos Operación Triunfo, Fama, Petardas, lerdos y viceversa, zorreo a media tarde para fomentar la conversación en peluquerías, fútbol a raudales… y un etcétera tan largo que resulta ridículo.



Hasta nos permitimos el lujo de tener un canal, Intereconomía, tan de derechas como papista es el papa. Pero no, no basta con serlo, ya que a eso alcanza cualquiera. Lo importante es ayudar poco y estorbar mucho, a ver si a base de tortura psicológica se aburren y se largan los socialistas con su ZP a la cabeza. ¿Tiene acaso sentido, en pleno año 2011, confundir la libertad de expresión con la descalificación barata, con despotricar sin aportar nada, con desear un día tras otro que vuelvan los tiempos del glorioso Movimiento y nos dejemos de tonterías: una, santa, católica -por supuesto-, apostólica y romana?. Tiene su gracia que una derecha que dominó el país sin dejar que nada opuesto a su sistema asomara la cabeza y que confiscó y censuró cuanto consideró peligroso para su régimen utilicen una libertad de expresión que ellos mismos abolieron antaño para despreciar a unos cuantos cuyo error, entre muchos otros, es no acotar esa libertad. Culpan al actual gobierno de casi cualquier cosa que suceda sobre nuestra piel de toro, entre lo que tenemos el fomentar la división entre las dos Españas… y basta mirar los comentarios de los telespectadores durante diez minutos en algún programa de esta cadena para darse cuenta -maltrato al diccionario aparte- de hasta dónde la sangre ibérica nos mantiene separados, pero no en dos, sino en miles, como dijo en una ocasión algún escritor. Cada una de su padre y de su madre. Hace unos días un lector de este blog comentaba acerca de un artículo de Pérez-Reverte la poca conveniencia de hablar del musulmán en tales términos, alentando según decía con ello un poco más la mala leche histórica de nuestra derecha. Yo me pregunto, si ese artículo puede ser perjudicial en ese sentido, qué deberíamos hacer con medios como este. Si lo que tenemos no funciona, porqué no nos dejamos de demagogia y de crítica destructiva y tratamos de corregir ENTRE TODOS y PARA TODOS los errores del actual sistema.

Hace unos días, en un programa de radio entrevistaban a una mujer que tenía o hubo tenido algún cargo detrás de las cámaras en una cadena de televisión pública. De entrada desvelaba un detalle que ignoraba, y es que las cadenas privadas son de financiación privada, pero de concesión pública, luego imagino que en un momento determinado el gobierno de turno puede pisarles el freno y decirles esto no está bien. En su crítica hacia la televisión actual, comparaba lo que ahora tenemos con lo que se esperaba cuando se amplió la oferta de canales con nuevas cadenas privadas hace algunos lustros. Con esa apertura, decía, íbamos a pasar a tener de unas pocas cadenas entre nacionales y autonómicas, a un abanico más amplio donde poder elegir, lo cual supondría que tanto la oferta como la calidad en la programación iban a aumentar. Su posición al respecto de lo que se emite a día de hoy era radical pero no por ello menos válida: que los canales que ofrecen basura sean de pago, y quien quiera que le acaricien los bajos instintos, quien quiera morbo y mierda que lo pague. Esta comparó -estoy muy de acuerdo con ello- los daños del tabaco con los de una buena dosis de teleporquería en hora punta. Si me sacan cuatro euros por algo que pone en juego la salud de mis pulmones y además restringen su consumo a muy contados lugares, por qué diablos me regalan algo -dejando a un lado la cuestión de la financiación publicitaria- que se está pasando por la piedra mi integridad psicológica y además puede emitirse a cualquier hora y en cualquier parte.

No se dan cuenta. Nadie con mano en el asunto parece darse cuenta. En una sociedad como la nuestra donde el descanso en casa demasiado a menudo se asocia automáticamente con tirarse en el sofá y encender el televisor, donde pasar horas solo en casa se traduce para muchos en motivo para tener la tele encendida prestándole atención o no, donde niños pasan horas y horas a menudo frente al televisor sin el control de unos padres que se dedican a trabajar diez horas al día para costear hipotecas y otras cosas necesarias o no tanto, donde una masa enorme de personas de la tercera edad mata las horas que le quedan junto a la tele desde la mañana a la tarde. Un país donde ya no se entiende comer en familia sin el ruido de fondo del televisor. Y sin embargo no se dan cuenta. Tanto estudio de medios, tanto índice de audiencia, tanto análisis de mercado, tanto de todo, y no son conscientes de la responsabilidad social como herramienta educadora que posee una cadena de televisión.

Realizar cambios, yo lo creo posible, pero veo que nos enfrentaríamos a lo que llamo el mal del hijo de padres separados: lo que no te quiera dar el otro, te lo daré yo para que así te vengas conmigo. Si no se realizan cambios a gran escala, incluyendo modificar la legislación al respecto, y todas las cadenas ajustan la programación dentro de unos límites y al mismo tiempo -oh, no! por dios, estamos hablando de censura con leyes de por medio incluidas, escandalícense por favor!-, da igual que la mayor parte de canales dejen la basura y emitan programas que merezca la pena ver: una inmensa masa se verá inconscientemente reconducida hacia el olorcillo de la porquería.

Conozco más de un caso de personas que un día pudieron estar haciendo otra cosa, pero ese día y el anterior y el posterior y otros muchos, ya que nadie cayó en la cuenta de decirles quita eso ni ellos lo pensaron, estuvieron tragando gustosos cuanto la caja tonta daba de sí. No puedo saber lo que hubieran sido de no haber perdido esas horas de su vida, pero sí sé lo que son, y casi me atrevo a apostar que el resultado no sería el mismo.

Quizá algún día nos duela no haber tenido una televisión de calidad. Mientras tanto que nadie se preocupe. Ya llegarán los libros de Historia.

2 comentarios:

  1. Aquí iría mi comentario de la entrada anterior. No sé porque el pc se ha vuelto loco y me ha registrado dos entradas distinta en una misma. ¡Qué miedo las nuevas tecnologías nos controlan a su placer!

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  2. Grande, muy grande tu reflexión. Sin embargo, he de decirte que yo soy consumidora de algunos de esos tipos de programas llamados "basura". No me oculto, me da igual lo que quieran pensar, pero es que me resulta tan interesante desde el punto de vista psicológico y estudio de la conducta observar cómo se comporta el español medio que no puedo evitar observarlos, unas veces para reirme de ellos (soy cruel y lo asumo), otras por puro hedonismo. No sabría explicarlo, mi cabeza es muy complicada.
    De verdad, ¿no quieres que formemos una plataforma? podemos hacernos con el control del mundo jajaja

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