martes, 11 de enero de 2011

Obsolescencia programada. Reflexiones.

Cuatro días han transcurrido desde que se emitió el documental Comprar, Tirar, Comprar. Me permito imaginar que fuimos muchos quienes lo vimos, pero no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto puede servir de algo. Una economía basada en el consumo, globalizada y escasamente intervenida por los gobiernos -suele ser al contrario- no puede cambiar por el deseo de unos cuantos de imponer sentido común: aquí no vale el oiga caballero, nos estamos cargando el planeta. El caballero te mirará de arriba abajo, cogerá con los dedos índice y pulgar de su mano derecha el habano que sujeta entre los dientes y hará un gesto despectivo antes de darse la vuelta y largarse. Tiene negocios que atender.




Vivo en un mundo tan idiotizado que me chirrían los dientes cuando me hablan de ir a por descendencia en un futuro no muy lejano. Yo ya tenía dos años cuando mi padre tenía mi edad actual, algo que me parece ahora mismo impensable personalmente. Mi respuesta cuando me lo mencionan no cambia: vivo en la sociedad del disparate, del consumo, de la imagen, de  las prisas, donde los recursos probablemente tengan los días contados, pero no vemos las señales o preferimos ignorarlas. Citando a un diálogo de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, creo que el mayor pecado no es haber nacido, sino hacer nacer. No descarto reconsiderar mi postura si algún día veo que se toman medidas para que dentro de cien años la raza humana pueda seguir viviendo aquí, si queda alguien. Pero por el momento me temo que no pienso hacerle tan flaco favor a un nuevo ser humano que desde sus primeros momentos dependa de mi.

Ver las montañas de desechos digitales en Ghana procedentes de nuestro maravilloso y civilizado primer mundo me hizo sentir vergüenza a la par que odio por la cantidad de chatarra electrónica que ya hemos generado y la que está en proceso -este portátil lo será algún día, por ejemplo-, así como hacia el ser humano que la inventó y que se la quita de encima con la misma tranquilidad y desmesura que si se tratara del envoltorio de un chicle. Si era cierto lo que se dijo en el documental, se exportan a ese país africano toneladas de chatarra digital con el pretexto de tratarse de ordenadores de segunda mano que…. qué casualidad: casi nunca funcionan. Quisiera ver allí, entre aquellos montones que se perdían por el horizonte de cristales, plásticos y componentes a más de un niño pijo de mamá y papá, esos pequeños déspotas que antes de pasar de llegar a bachillerato ya han roto cuatro teléfonos móviles, dos ordenadores de sobremesa, han exigido un ordenador portátil por su buena conducta, y ademas cuentan con tres consolas para el televisor de casa y dos portátiles para cuando andamos con los colegas; casi tanto como me gustaría ver allí a sus padres por no saber enseñarles el valor de las cosas, enseñarles que nuevo y mejor no siempre significan cubrir mejor una necesidad ya cubierta.

Regresando al documental, me resultó especialmente llamativo el caso de la impresora. En el trabajo me he encontrado con unos cuantos casos similares de impresoras y otros dispositivos, donde a menudo al final se opta por lo obvio: aconsejar a cliente la adquisición de un nuevo equipo que, además de suponerle un coste a menudo igual o no muy superior al de la reparación, le permita disponer de una impresora nueva, más rápida y posiblemente con nuevas características. Y es que por desgracia la solución en la mayoría de esos casos no se limita a resetear un chip, sino que se trata de daños mecánicos en engranajes o rodillos debido al uso o a algún atranque resuelto con malas formas, rodillo tractor de papel que no gira, lámpara de escáner que falla. Además, el fabricante en su admirable intención de evitar manos inexpertas manipulen sus equipos complican el montaje hasta el extremo, formando conjuntos mecánicos complejos con muchas piezas pequeñas y tornillería que enredan el desmontaje y posterior montaje: súmale horas de trabajo. También es habitual encontrarse con inyectores obstruidos, especialmente en el caso de mis queridas Epson, en cuyo caso la reparación a menudo no da resultado y, tras un tiempo de trabajo, te das por vencido y te decantas por olvidarte de la impresora. HP, por ejemplo, no padece ese defecto -ojo, padecerá otros- en sus equipos de inyección de tinta, ya que suele montar los inyectores en los cartuchos: renovado el cartucho, se sustituyen también los inyectores, aunque el precio de estos supere con creces a los de otras marcas. Pero siempre nos quedará el reciclaje.

Hace unos meses se comentaba en un foro del motor por el que me dejo caer de cuando en cuando las desventajas que un coche nuevo representa una vez alcanzan una edad, un número determinado de kilómetros o de horas de funcionamiento muchos de sus componentes. Por ejemplo, los airbags y los pretensores de los cinturones caducan a los diez años; ESP, ocho horas de uso continuado; faros de Xenon, 2500 horas. Tal vez no implique que sobrepasado el límite, el dispositivo falle necesariamente, pero nadie puede asegurarte minimamente lo contrario Comprar hoy día un coche y mantenerlo veinticuatro años y un cuarto de millón de kilómetros más tarde como yo tengo el Renault 21 actualmente resultaría impensable. Si contara con la tecnología actual habría tenido que gastar un dineral inmenso en ir renovando sistemas y componentes, y aún así el nivel de sofisticación se convertiría en un talón de Aquiles que supondría probablemente una avería tras otra.  A día de hoy sin embargo puedo permitirme el lujo de tener un coche de esa edad y además fiarme, dentro de ciertos márgenes, de su fiabilidad, ya que carece de airbags, ABS, ESP, y demás órganos limitados en el tiempo. Evidentemente he de llevar a cabo el mantenimiento básico habitual: aceites, correas, pastillas de freno, etc. Con esto no trato de defender a ultranza el mío ante cualquier coche actual, reconociendo además que ciertos aspectos como la seguridad, el consumo y la contaminación al no montar catalizador -atenuada desde que la gasolina carece de plomo- serían evidentemente mejorables. Solo pretendo decir que, dentro de sus limitaciones, se trata de un vehículo menos metido en la filosofía del usar y tirar que cualquier otro que se ponga en la calle hoy día.

Por si alguien se perdió el documental y está interesado en verlo de nuevo, dejo el enlace enlace donde se podrá visualizarse durante varios días más:

http://www.rtve.es/noticias/20110104/productos-consumo-duran-cada-vez-menos/392498.shtml

Si prefieres bajarlo y tenerlo siempre a mano, está disponible en:

http://www.megaupload.com/?d=UBXSPARB

Agradezco desde aquí el gesto a aquel que lo colgara inicialmente. Si el enlace cae basta que me aviséis y lo pondré accesible de nuevo.

A modo de resumen, aunque esto no deja de ser un punto y seguido en una historia que deberemos empezar a tomarnos en serio, decir que me alegró ver que alguien, unos cuantos, decidieran tomar cartas en el asunto creando ese documental de la misma forma que me alegra ver cómo son muchos los rincones de la red donde se ha reproducido su mensaje como el eco de una sirena de aviso de tormenta.

Con suerte reaccionamos a tiempo, y los que vengan detrás podrán conocer todo aquello del mundo que nosotros aún tenemos.

2 comentarios:

  1. No seamos tan negativos. Sí es cierto todo lo que denuncias y debemos ser coscientes de ello, pero hasta llegar al extremo de las reflexiones de Pío Baroja (ojo, que a mí el libro me encantó) no sé yo.
    Si algo nos caracteriza a los seres vivos, a unos más que a otros, es la capacidad de resilencia asi que no debes pensar en todo se va a la mierda sino que, de alguna manera, sin saber cómo, la vida se abrirá paso.

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  2. Ya digo en el artículo que no me deshago de la idea definitivamente, sino que que la pospongo hasta que vea que merece la pena al menos intentarlo. Es un gran libro, El árbol de la ciencia. Qué pena no haber podido conocer en persona a Baroja.

    En cuanto a lo de que la vida se abre camino -¿no decían esta frase en la película Jurasic Park?- no tengo duda. De hecho basta ver como el ser humano empezó de la nada hace hace ya algunos miles de años y a base de usar la cabeza -unas veces pensando y otras a golpes- ya se ha comido el planeta. El problema no es ya la vida, sino que quede un lugar a medio o largo plazo donde esta pueda desarrollarse.

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