lunes, 20 de junio de 2011

Un cumpleaños

Me acaba llamando él, casi a medio día, después de que intentara localizarlo por teléfono sin fortuna en un par de ocasiones a lo largo de la mañana, en las cuales la mísma sórdida voz femenina me avisa de que he caído en la telaraña del contestador automático. Me llama cuando casi he olvidado volver a llamarlo, cuando da por terminadas sus tareas de entretenimiento dominical, auyentado imagino por el calor de un verano que llega con fuerza y por adelantado, y se decide a ducharse y a invertir lo que queda hasta la hora de la comida en unos de sus escasos pasatiempos.

Oígo su voz en el auricular y me parece la misma que llevo escuchando desde que tengo capacidad para recordar, la misma voz quizá marcada por un deje de cansancio y abandono. Ha cumplido cincuenta y dos años pero aparenta muchos más, al igual que mi madre, al igual que yo mismo, por algo que aunque pudiera considerarse genético no es más que la consecuencia de una carrera contra el tiempo perdida de antemano, por una lucha contra la vida caminando sin dirección concreta, estigmatizados y embrutecidos por la misma tierra que les vió nacer. La misma tierra de la que logré marcharme, quién sabe si no demasiado tarde.

En los breves minutos que dura la conversación los temas siguen la linea de siempre, esbozos superficiales sobre política, sobre el caluroso verano que se aproxima, sobre el trabajo, sobre los numerosos e interminables proyectos siempre en marcha en el terreno contíguo a la casa. Quiero imaginarlo en otro tipo de vida, sobreviviendo en los ochenta metros cuadrados de un piso medio, en una ciudad cualquiera -en el fondo todas son iguales-, con un trabajo normal y una famila normal, pero me es imposible. Ni tan siquiera logro imaginarlo en esa otra etapa de su vida, cuando siendo más joven de lo que soy yo ahora se vió forzado a vivir un tiempo en una jungla de cemento, sujeto a horarios, a prisas y obligaciones improrrogables.

Tal vez no fue capaz de adaptarse a aquel estilo de vida, o quizá había interiorizado aquel otro ambiente, rural, tranquilo, distendido, hasta el punto de no saber o no querer vivir en ninguna otra parte. Tal vez se rindió y no quiso seguir intentándolo, de una forma similar a como actuaría décadas más tarde mi hermano, quien tras un par de años abandonaría ese Madrid tan extremadamente distinto de lo que había conocido en su infancia y juventud, cambiando el humo, el ruido y los atascos por un rincón perdido en los confines de la sierra, uno de los aquellos en los que los inviernos son crudos como en pocos lugares y una nevada intensa puede dejar facilmente incomunicados a los vecinos durante días.

Me acuerdo de ellos y me pregunto hasta dónde puedo estar contagiado de ese virus, de esa misma raigambre, si seré capaz de seguir el resto de mi camino como un nómada sobre el asfalto.

1 comentario:

  1. Nunca es tarde, Pedro. Además, Don Alejandro no puto contigo y enfilaste el camino de tu vida. To va a ir bien. Puede que vaya distinto, pero siempre bien. Ya verás. Un abrazo.

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