viernes, 5 de agosto de 2011

Muerte en el asfalto

La curva se abría para dar paso a una recta vacía de tráfico -y de cualquier cosa avistable en cielo y tierra- en la densa pesadez de una tarde de agosto. Abandonada la autovía, el número de coches en el horizonte decrecía proporcionalmente a la cantidad de luz al atardecer. De pronto, mientras un sol oblicuo se me clava en los ojos proyectado por los tres espejos del coche, al fondo aprecio una forma marrón, dispuesta entre el centro del carril por el que circulo y la mitad de la carretera.Un momento después, más de cerca, calculo la altura, unos veinti pocos centímetros, quizá una caja de cartón o una bolsa, y decido finalmente bordearlo en lugar de pasar por encima. Aminoro y según me voy acercando las formas del obstáculo se van definiendo, hasta que al rebasarlo veo cómo unos ojos aterrados observan la forma gris que se aproxima, pasando demasiado cerca.

Disminuyo hasta casi detenerme mientras una oleada de mala leche me recorre desde los pies a la cabeza, por un segundo barajo la posibilidad de detenerme y apartar al animal de la carretera, dejarlo en el arcén al menos, pero la curva está próxima, el arcén es demasiado estrecho como para poder dejar el coche fuera de la circulación y además la inclinación del sol puede hacer que por la combinación de despiste y deslumbramiento cualquier coche tenga conmigo los mismos miramientos que el sinvergüenza que dejó al animal en mitad de la carretera y fuera de combate. Además podía encontrarme con que al estar herido, este no tuviera gana de recibir visitas, y me lanzara una dentellada al tratar de cogerlo. Por último y quizá más importante, me arriesgaba a que volver a ver la mirada del chucho, aún más de cerca que unos segundos antes, fuese el puntillazo final para que el cabreo gestado durante años contra los conductores en general y contra los hijos de puta que abandonan a un animal a su suerte en la carretera en particular cobrase una magnitud de desastrosas consecuencias.


Nada podía asegurarme en esta ocasión que el perro que esperaba el golpe final en mitad de la carretera hubiera sido abandonado; una nave agrícola a unos cien metros me hizo pensar que el animal pudo haber salido de allí. Lo que me no me encajaba tanto era el que a esa hora de la tarde, en un punto con excelente visibilidad, sin niebla ni lluvia, el imbécil que se lo llevó por delante no hubiera frenado a tiempo. Casi en el mismo instante me acorde del niñato -o niñatos- del Peugeot 407 negro que cinco minutos antes me había adelantado en un tramo donde por obras ni se podía adelantar ni tampoco circular a mas de 40 kilómetros hora. ¿Una limitación muy baja? Puede. Pero yo circulaba en ese momento entre 70 y 80Km/h, velocidad que, dejando a un lado la prohibición, era más que suficiente para un tramo donde los vehículos y los trabajadores del vial ferroviario en obras ya se habían marchado y casi no había tráfico. Pero claro, esperar durante los tres minutos que dura el trayecto por esa zona a 80 kilómetros por hora… debe ser para vejetes y para retrógrados como yo.

Diez minutos más tarde, un flamante Audi A3 me rebasa en cuanto salimos a una breve recta y se vislumbra la señal de adelantamiento permitido. Yo circulaba en ese momento a 100 kilómetros hora -comarcal con curvas, un carril por sentido y razonable visibilidad-, y a la señorita no debió le parecerle suficiente. Para qué si no, supongo que me hubiera contestado la susodicha, mi cochazo trae 160 caballos y alcanza solo con mirarlo los 240Km/h. Para terminar de bordar la jugada, al volver al carril derecho abre la ventanilla y con un grácil gesto de la mano le entrega al medio ambiente un pañuelo de papel o algo similar. A la mañana siguiente, mientras hago tiempo en un taller Renault durante la cita de los diez mil kilómetros, una grúa entra por la puerta con un Renault 9 encima, sin morro debido a que mientras circulaba despacio por la calle principal de un pueblo cercano, un peatón cruzó -también cuando nos movemos a pie, lucimos nuestro arte- y el R9 acabó contra empotrado contra una pared o un vehículo estacionado. No me hubiera gustado ver el estado del coche si el joven que lo llevaba llega a ir deprisa.

No recuerdo un día en que tras un viaje no me haya asaltado la pregunta: ¿a este paso habrá cunetas para todo el mundo?.

Un error, por desgracia, está al alcance de cualquiera. Tan al alcance, que a menudo no somos conscientes hasta que ya es tarde. Pero lo que veo no son errores aislados ni una suma de simples coincidencias. Lo que veo es que conducimos como nos sale del arco -fiel reflejo del resto de nuestra vida cotidiana- a lo que hay que sumarle la maravillosa cultura del si voy a mear he de llevarme el coche. Hace unos meses nos deleitan con la modificación en el límite de velocidad en autovias y autopistas, derogada cuatro meses más tarde. Como siempre en la piel de toro, opiniones para todos los gustos y un escabroso baile de cifras, de manera que que quien pretenda formarse una idea clara y razonada del asunto, desista de aburrimiento. Personalmente fue una ley que no me pareció del todo acertada, ya que antes de hacer una modificación de ese tipo hubiera empezado por obligar antes al personal a respetar el límite de los ciento veinte. Visto así el patio, los 110 de hace unas semanas se traducían para la mayoría -salvo coches de alta gama, que parecen no poder circular a menos de 160- en 120. Y los 120 de antes y de ahora, son los maravillosos 140 - 160 de toda la vida. Y como en esta tierra tanta falta hace el circo como el pan, últimamente suenan campanas de una posible bajada de 100 a 90Km/h en vías de un carril por sentido.

Que pena no disponer de mejores trenes y transportes públicos en general. De buena gana entregaba el carnet en Tráfico y me apartaba del volante para los restos.

2 comentarios:

  1. Efectivamente, qué pena que el transporte público no sea tan frecuente ni tan bueno como quisiéramos. Mi barrio de Madrid está especialmente mal comunicado, pero ese es otro tema.

    Muchas veces me he planteado escribir sobre la gente. Sería duro, pero hay que hacerlo, hay que dar a conocer al mundo que las personas se clasifican según su coche. Están los que ven el coche como una prolongación de su cuerpo y los que lo ven como medio de transporte. Dentro de los primeros se encuentran los "no me toques la chapa que le he dado cera", los "ya me has manchado las alfombrillas" y todos esos que creen que burro grande, ande o no ande.

    Mi coche es pequeñito, así que además de ver cómo un Seat León me apabulla (eso por descontado, viene de serie), observo como los Audi, Mercedes y Volvo me adelantan en situaciones absurdas. Lo entiendo, conduciendo un Mercedes no puedes permitir que un C3 vaya delante, aunque ambos rebasemos el límite de velocidad con creces. Es cuestión de dar la talla. Y hablando de tallas... me guardo mi opinión personal al respecto, porque aunque siempre la pienso no es para publicarla por ahí.

    ¡Un abrazo!

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  2. Estoy totalmente de acuerdo con los comentarios anteriores, pero es que encima llegan las vacaciones y quien más y quien menos se desplaza a playas o a la montaña y no digamos a los pueblos, que se estan poniendo más de moda que nunca por aquello de la crisis, y ves cada energúmeno por todo el centro de una carretera secundaria que parece que le acaban de dar el carnet de conducir, es tremendo porque además como tengas la desgracia de tener un accidente, se las saben todas son capaces de llegar con un libro de Derecho, con lo fácil que es simplemente ir por su sitio y evitar complicaciones. Pero claro, hay que presumir de carro.

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