miércoles, 28 de septiembre de 2011

Consuelo de Septiembre

No son pocos quienes consideran el verano que acaba de de terminar como uno de los más livianos que se recuerdan en tiempos recientes, valoración que me cuesta aceptar. Tal vez todos y cada uno de ellos están en lo cierto y soy yo el observador de perspectiva desenfocada, pero no sé ver un verano como no caluroso, como si en su mismo nombre llevara implícito el sopor y el aturdimiento marcado por demasiadas horas de luz, de sol sin brisa quemando la tierra. Tal vez han sido demasiados los veranos de entrega inevitable al trabajo, de trastorno y desgana derivados del mal sueño, de la escasa diversión que estos tres meses traen consigo desde hace demasiado tiempo.



Hay quienes afirman que hasta lo malo pasa de largo algún día, siendo este el único ingrato consuelo al que se abrazan quienes lo padecen, y es esa misma premisa la que me mantiene entero durante la interminable estación: la llegada de un final de Septiembre en el que el verano conoce la muerte de la única forma posible, empujado por un otoño que exige su turno en el calendario. Constituye Septiembre un consuelo taimado, un arma de doble filo que corta por igual con los rescoldos de un verano que promete regresar puntual a la cita el junio que viene, al tiempo que trastoca el ánimo con el temprano toque de queda de los anocheceres a media tarde y de la ocasional escala de grises en las calles, aletargadas por las nubes y la lluvia que avisan de la prontitud del invierno. Y como si de una droga tan letal como imprescindible se tratara, este mes trae consigo el fin del imperdonable calor al tiempo que una mirada al mismo tiempo definida y melancólica de las cosas, la mirada de un Machado en tierras de Soria, de un Bécquer en el Monasterio de Santa María de Veruela donde habría de escribir Cartas desde mi celda. Días frescos y a veces nublados que estimulan y marchitan el ánimo a partes iguales, la esencia entre parda y rojiza del otoño como terminación de una etapa, como contrapunto al verde de la primavera. Septiembre como otoño, otoño como el atardecer de un largo día, como despedida y renacimiento.

Hasta el café de un sábado por la mañana sabe mejor cuando los solitarios termómetros de las calles marcan cifras por debajo de los veinte grados. Pocos placeres hay comparables a caminar por la calle sintiendo en los brazos el cosquilleo de la brisa matinal, el frio en los pulmones tras una profunda aspiración, un frio en el pecho que despierta tanto o más que el cremoso café con leche que me sirven tras media hora paseando por el esqueleto semi-desierto de una ciudad al amanecer.

Queda en el recuerdo otro Septiembre, aquel con olor a libros nuevos, a plástico para forrar, a bolígrafos y lápices y gomas de borrar que esconden tras su repetitiva novedad la promesa del cambio, del aprendizaje, de otros nueve meses de los que como de costumbre me cansaría antes del final, pero que escondían en su inicio la magia del cambio tras un verano demasiado largo. Paisajes, olores, sabores y momentos que solo encuentran cabida bajo un nombre: Septiembre.

1 comentario:

  1. Efectivamente, Septiembre. Creí que nunca llegaría, pensaba que este año le reemplazaría Octubre, porque nuestro Septiembre era casi como Agosto. Y como a mí los Agostos no me sientan nada bien estaba empezando a cansarme de las altas temperaturas.

    Hoy me he asomado por la ventana y he visto que el cielo está nublado. Puede que esta tarde no me sobre la chaqueta, lo cual agradezco enormemente.

    Estoy deseando que empiece el "año", el cual yo aún equiparo a "curso escolar", porque es cuando puedo hacer propósitos para ser mejor; también quiero empezar a ver las hojas marrones haciendo de alfombra por mi calle, oír el cras-cras al pisar, agradecer el té caliente al llegar a casa bajo un paraguas... con estaciones como ésta, ¿quién quiere estornudar compulsivamente en primavera?

    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar