martes, 20 de diciembre de 2011

Ágora, crónica de una historia que se repite

Los pasos me llevan con ligereza camino del teatro Darymelia, pues voy ajustado de tiempo y además hace un frío imperdonable. Accedo al patio de butacas y reparo automáticamente en la única persona, de entre la veintena que hasta ese momento han llegado, que tiene un libro abierto en las manos. Al instante descubro que bajo un corte de pelo que me resulta desconocido se esconde Alicia, alumna del taller de narrativa, ejemplo de experiencia y de infinitas lecturas que en más de una ocasión obligaba a plantearse si con tal competencia no sería de justicia abandonar las letras.

Aún resuena en mi cabeza la frase que ella pronunció al terminar la proyección, lo peor es que no aprendemos, mientras yo trataba de encajar cuanto había visto, de digerir las imposibles similitudes entre aquella era y la presente. La comodidad de las butacas y la calidad de los equipos de sonido, bastante mejorables, junto con un telón improvisado y demasiado pequeño —no en vano Darymelia no es en esencia un cine, sino un teatro; una lástima habernos quedado sin el Cine Cervantes— no diezmaron la calidad de la obra de Alejando Amenabar.

Ágora, estrenada en 2009 y proyectada en inglés subtitulado dentro del ciclo Cine Club Universitario organizado por la Universidad, vindica como eje principal la obra de una gran mujer dentro de la filosofía, la astronomía y la matemática como fue Hipatia de Alejandría —interpretada por Rachel Weisz—, eje principal al que acompañan otras tramas.

Partimos de Hipatia, quien persigue el conocimiento, el descubrimiento de la realidad que la envuelve, hasta rozar la obsesión. Esto choca a menudo con la perspectiva de algunos de los hombres que la rodean, en una sociedad abierta pero eminentemente masculina. Son varios quienes tratan de pretenderla sin éxito, lo que a veces tornará la frustración del rechazo en intentos de hacerle daño.

Encuadrada en la Alejandría del año 391 d.C, con su descomunal biblioteca y su glorioso faro, Ágora es también la historia del crecimiento y la caída de las culturas, del alcance de la gloria y su descalabro por la mano del poder o la religión, de cómo la ambición desmorona los pueblos o la sesgada interpretación que tantas veces se ha hecho del cristianismo o del judaísmo —cuántos habrán de morir en nombre de Dios— con objeto de hacerse con el poder, con el control de una sociedad, con su economía y su conocimiento. Destaca en este sentido ese encontronazo entre los jerarcas cristianos y el prefecto Orestes, cuando obligan por imposición a este a que abjure del respeto —e incluso amor— que profesa por Hipatia, según la declaración ¿bíblica? de que ninguna mujer tiene derecho a pensar por sí misma, a enseñar, ni a ser nada más que una servil y eficiente empleada doméstica, casi una esclava, llegando tachar a Hipatia de bruja por su ateísmo y su tendencia a poner en duda cuanto en el mundo existe.

La película me gustó mucho, no tanto así el sabor amargo que deja el mirar alrededor y ver cómo hoy día han cambiado las formas, pero no el fondo. El ser humano parece condenado generacionalmente a construir y a continuación pisar lo construido, destrozarlo y destrozarse mutuamente, amparándose en la ambición desmesurada —¿a alguien le suena el nombre de Leman Brothers?—, en el odio a otro por no compartir sus ideas o su origen, o porque se ha llevado a la cama a esa persona a la que otro aspiraba.

Cruda en esencia, pero bien tramada y con unos decorados, ambientación y reparto muy bien logrados. Quien no la haya visto, debería hacerlo.

3 comentarios:

  1. Borra mi postdata, no dije nada. ¡Gracias!

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  2. A mi esta pelicula me traslada a otra ciudad, hace un año, y a otros sentimiento. Me gusta mucho esa pelicula

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  3. Corso la película me encantó desde el principio hasta el fin. Me ha gustado recordarla através de tus palabras.
    Un abrazo, nos vemos.

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