domingo, 11 de diciembre de 2011

Carta a un poeta en el exilio

Estimado amigo:

Sé innecesario pronunciar ese nombre tuyo que, por simetrías históricas, te asocia con cierto escritor del diecinueve, pues te reconocerás en cuanto leas la presente. Estás ahora lejos, muy lejos, en lugares que nunca he visto y no sé imaginar, entre palabras extrañas y costumbres que pienso incomprensibles de tan dispares a las conocidas.

Eres un exiliado. Un poeta exiliado. No te has marchado presionado por tus ideas religiosas, políticas o literarias, a las cuales parece achacarse siempre a la idea del exilio. Acudiendo a la primera definición en el diccionario, eres un exiliado porque has tenido que abandonar tu tierra. Has marchado, en parte buscado ese mismo horizonte al que tantos españoles aspiraron alguna vez, una versión actualizada de aquella vieja expresión, hacer las Américas, perseguido por la cortante lucidez de quien sabe demasiado bien lo que deja atrás, con el pesar de quien parte de una tierra que admira y siente más de lo que yo he llegado a hacerlo, y quizá consiga nunca.

Ahora, a estas alturas de una vida tan acelerada como repentinamente cambiante, no quiero imaginar no haberte conocido, no haberte tenido tan cerca durante los últimos meses, horas de provechosa conversación que rompen el tedio y apagan la incendiaria voz de la frustración, palabras compartidas al amparo de una caña de cerveza, de un vermouth, de un libro. Poseer la impagable la fortuna de contar con una decena de personas a mi alrededor por las cuales entregaría la vida si fuera necesario, no supone motivo para no acudir a este breve reconocimiento que has sabido ganarte a golpe de metáfora.

Cuántas veces pudimos cruzarnos por las calles de esta ciudad, me he preguntado alguna vez, ignorando que prorrogábamos sin saberlo el inicio de una amistad de las que marcan para siempre. Quiero pensar sin embargo que en la vida, como en la literatura, las cosas suceden cuando deben, y que ese desconocimiento se vió roto al fin cuando estábamos preparados para sentarnos en torno a una mesa y debatir sobre el pasado como forma de entender el presente, e incluso permitirnos aventurar algunas pinceladas de incierto futuro.

Más amigo de la rima que de la narración, persigues con ahínco el vencimiento de esa doble dificultad que es trazar la prosa con la musicalidad, el ritmo y la metáfora que por definición le corresponden a la primera, con esa mezcla de esfuerzo y abandono con que te veo embarcado en tantos frentes.

Es de justicia reconocer el honor de haber estado presente en la lectura de algunos de tus textos más trabajados, aunque renunciaras a parte de la vanidad propia del resultado al afirmar en cierta ocasión que fue redactado media hora antes de la cita, como si la preparación previa de la docena de ideas imprescindibles te hubiera sido dada sin más, igual que lo es agradecer esa inmersión cultural que en cada encuentro me ofreces, ese derroche de ideas, lugares, situaciones propias y ajenas, biografías que te fueron dadas a partir de quienes te antecedieron, obras y nombres que solo cobraron ser cuando tu las dejaste sobre la mesa, Cortázar y su Rayuela, Apollinaire y El caminante de las dos orillas, Pachelbel y su Canon, que tantas veces pude oir sin escuchar.

Hace un par de noches, a la salida de un trabajo que se prorrogaba sin tregua, me vi tentado a dejarme caer en busca de un botellín y algo de consuelo por ese garito de barrio tan frío y ruidoso, pero sin cuya cercanía ya no me acostumbro a vivir, el bar de Toni, mas los pasos me llevaron sin remedio a casa. No quería arriesgarme a un encuentro conmigo mismo en un día demasiado largo, a dejarme invadir por algún amago de melancolía a destiempo, adormecido por las voces de los parroquianos y el murmullo de ese partido de fútbol que parece jugarse sin pausa en el televisor.

El lunes regresas de tu expedición por la Toscana. Confío, Ulises, que tengas a bien compartir conmigo la experiencia de ese retorno a Ítaca al amparo de un botellín con una de esas tapas de jamón con pan y aceite con que Toni nos obsequia. Por supuesto, pago yo.

Suerte en aeropuertos y estaciones. Un abrazo.










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