Las noticias esta mañana me vuelven a trastocar el desayuno. Un tal Luís de Guindos, nombre que a estas alturas apenas conocen unos cuantos, charlaba amigablemente en Alemania con los chicos de allí, y les decía una vez más aquello de no se preocupen señores, que tenemos el toro cogido por los cuernos –para eso somos la patria de la capa y el estoque- y esto de la crisis lo limpiamos en un santiamén. Ahora voy a ver si meto tijera a esas dos grandes privilegiadas que hasta ahora han sido sanidad y educación. He hecho cuentas y me sobran quirófanos y aulas.
Los colegios a los que mis padres pudieron asistir de pequeños, antes de que el trabajo llamase a los hombres que aún no eran y la tradición rural implicara el apartar a la mujer de los libros, apenas tenían de tal más que porque había algún maestro cuyo bautismo de sangre en el oficio implicaba destinos apartados como aquel, adonde el afamado despegue español de los cincuenta y sesenta no se conoció, y en muchos aspectos apenas se conoce medio siglo más tarde. No en vano algún maestro llegó a comparar entonces la situación de aquel lugar con el de cualquier rincón perdido de Las Hurdes. Por entonces contaban con un pizarrín a modo de cuaderno, y debían llevar un leño por alumno con el que ir alimentando la estufa a lo largo del día.
En lo que a sanidad se refiere, la evolución ha sido probablemente más notable aún. Hace unas pocas décadas era preciso desplazarse entre decenas y centenares de kilómetros, según la gravedad del caso. Hoy en día se cuenta con consultas en los pueblos más grandes y, aunque podría hacerse mucho más aún, al menos se puede vivir con la mediana certeza de que cualquier urgencia o accidente podría ser tratado en un tiempo razonable.
Pero tal vez todo esto tenga los días contados. Los jefes de España S.A. han decidido que todavía se puede exprimir más la naranja pública, aunque a todas luces se aprecia como la naranja va tornando cadáver. Pero aún se puede recortar más. Afán de perfección y eficiencia de la empresa privada. Si se recorta por igual donde hay y donde escasea, no quiero imaginar el resultado en este último caso.
Y yo me pregunto, ¿por esta senda qué es lo que esperamos arreglar realmente? Uno, corto de luces y lecturas, no termina de ver la mecánica del asunto. Veamos: para contentar a los mercados hemos de maltratar al pueblo que produce y consume de ese mercado, algo que me sugiere un símil curioso, y es algo así como que para que el marido pueda contentar a la amante debe maltratar a su esposa.
Reflexiono sobre las reformas laborales en Alemania hace unos años, y pienso aquello de que cuando al vecino le cortaron las barbas y las mías andan a remojo, algo debe de haber. Pero, ¿cómo y hasta cuándo? Produce desasosiego abrir los libros de Historia y comprobar lo que tantas veces ha sucedido cuando se ha tensado el arco más de la cuenta, y al mismo tiempo alzar la mirada y comprobar cómo se encuentra ahora mismo ese arco.
Aunque quien sabe. A cualquiera que haya leído 1984 le suena aquello de que a base de machacar una teoría, esta puede pasar de ser mentira a totalmente cierta o de ser inaceptable a terminar siendo aplaudida por la mayoría. No se asusten si algún día ven a alguien alzando los brazos para alabar la noticia de un periódico donde se anuncia el cierre de todo posible organismo público. Y es que empieza a extrañarme que sigan cortando a tijera, y no la hayan cambiado por la máquina de corte.
Un gesto que predice un infortunio, Tantos libros viejos por leer,
una mirada que enamora al descreído, tanta lucidez al borde del vacío,
un amanecer desvelado entre alcoholes, tantas vidas que vivir en una sola,
un personaje inventado por descuido. tanto tiempo debo que no es mío.
Desde la absurda sinrazón. Desde la cruda realidad. Desde la misma vida.
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Me parece a mí que la tijera ya está poco afilada, y la máquina, está calentando...
ResponderEliminarLa culpa es de los que votan.
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