Nada puede crecer allí, entre la roca ardiente y el vacío absoluto, y si lo intenta los guardianes de la nada cercenan con malas formas el débil tallo verde. Siglos han pasado sin que esa funesta tradición pudiera ser erradicada, anclada en el tiempo, grabada a fuego generación tras generación como el más valioso de los legados.
Llueve poco, casi siempre a gusto de nadie, pues casi todos desprecian el agua. La semilla que cae ahí llevada por los vientos del destino no puede sino conformarse con una tenue supervivencia, viendo pasar los días, uno tras otro, todos tan semejantes, esperando, ansiando que llegue alguno en el que se pueda cumplir con algo más que una simple interrelación biológica con el entorno.
Llueve poco, casi siempre a gusto de nadie, pues casi todos desprecian el agua. La semilla que cae ahí llevada por los vientos del destino no puede sino conformarse con una tenue supervivencia, viendo pasar los días, uno tras otro, todos tan semejantes, esperando, ansiando que llegue alguno en el que se pueda cumplir con algo más que una simple interrelación biológica con el entorno.
Todo está tan reseco y aglutinado en un espacio tan pequeño, que resulta casi milagroso que dos brotes verdes se encuentren, envueltos entre tallos rubicundos y espigados. Entre la inmensidad de matas moribundas a veces se yerguen correosas y resecas matas que han sabido adaptarse al entorno, y aprovechan la ventaja adueñándose a placer de cuanto les rodea. No hay límites, pues los únicos los impone la tierra y ellos han podido sobreponerse a ella.
Vientos del este que aquí te trajeron, por qué recalaste aquí. Por qué aquí y no en otro lugar donde vivir significara algo más que sobrevivir. Donde pudieras preocuparte de tu desarrollo, y no tanto de las artimañas necesarias para seguir vivo. Medio muerto pero vivo.
Peter Brueghel el Viejo |
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