martes, 29 de octubre de 2013

Fragmento de La huella de unas palabras, de Antonio Muñoz Molina y Jose Manuel Fajardo

«El mismo Manuel, en la primera parte del libro y hablando de su adolescencia, le había dicho a Nadia esas palabras que creo que todos hemos dicho o pensado alguna vez, al enamorarnos:

Por qué no nos encontramos definitivamente entonces, cuando nada nos había gastado ni envilecido, cuando todavía no nos había manchado el sufrimiento. 

Es la idea del amor puro, una de las mayores engañifas de la sentimentalidad moderna, porque sin esa mancha, sin ese rozamiento de la vida, sin haber visitado nunca los propios infiernos, ¿con qué materiales puede construirse un amor verdadero?, ¿de dónde se puede extraer el coraje de amar? Sin experiencia la sabiduría es imposible, y el amor puro es a la postre amor tonto, un espejismo que nos hemos pasado media vida buscando, como algunos de tus personajes persiguen a esas mujeres fantasmas de tus libros –la bella Mariana, la infiel Rebeca, la mujer emparedada, […], envueltas todas en una enfermiza fascinación que evoca a las muertas de los relatos de Allan Poe—, inalcanzables y seductoras porque están realmente más allá del amor que se les profesa. Monumentos a la incapacidad de amar, a fin de cuentas. De amar sabiamente, insisto. Por el contrario, el amor de Manuel por Nadia colma plenamente la novela, la articula y da forma. Es el amor como destino.»

La huella de unas palabras. Pag. 262. Extracto de una carta de Jose Manuel Fajardo dirigida a Antonio Muñoz Molina.

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