Un año más a la espalda

Salgo a la terraza después de una ducha que me arranca el cansancio del largo paseo, y me sorprende el viejo aroma en el aire de los antiguos domingos por la tarde, cuando toda la familia se arreglaba para salir a tomar algo como cierre al fin de semana. Va cayendo el sol en este primero de enero que posee el doble sentido del año nuevo y del cumpleaños. Veintiocho, cifra peculiar, redonda, tan distinta aunque tan próxima de ese veintisiete que contaba hasta ayer.

El rígido azul del cielo convierte la jornada en un contraste de calor y de frío. Las horas transcurren inmersas en una tranquilidad apenas rota por llamadas de familiares y amigos, junto a la alegría oculta bajo el papel de regalo. Me abandono a la calma, al sol de medio día, apetecible por tan tenue, a la anhelada lectura, a la reflexión.

En la intimidad de la familia más cercana se consuma la tradición de las velas, de la tarta, de los deseos, marcada a partes iguales por la felicidad y la ausencia.

Un año más sumado a los anteriores, y sin embargo mi percepción se une a la de otras personas que hoy me calculaban un año menos. Un año cumplido sobre el papel pero no sobre la piel que se convierte entonces en una oportunidad de reintentar de nuevo el camino evitando cometer los mismos errores, aprovechando aquellas oportunidades que pasaron desapercibidas, viviendo y escribiendo todo aquello que nunca llegó al papel aunque hubo un instante en que pareció ser un fragmento maravilloso y definitivo.

Bienvenidos sean pues esos veintiocho años que no lo parecen.