La hora en el reloj de la pared pasaba de las doce y media. Había regresado del teatro hacía apenas veinte y minutos, tiempo suficiente como para picar algo con lo que apagar cualquier resquicio de apetito y darme una ducha rápida, tras la que refugiarme en el sofá al calor del brasero, haciendo tiempo para que el sueño se presentase.
La breve tregua me sirve para ojear alguno de los libros que suelo tener por medio, reparando en El lobo estepario, de Hesse, lectura pendiente desde hace varios meses y de la que apenas tengo referencias. Me movía por sus páginas ojeando fragmentos sueltos, cuando me vi inmerso en una de esas situaciones que te hacen pensar el mundo como un entrelazado perfecto pero invisible de circunstancias, libros, lugares, personas y realidades: en algún diálogo hallado al azar encontré referencias a la misma obra que acababa de presenciar, La flauta mágica.
Aunque llama a sorpresa, la de anoche fue la primera obra de teatro a la que tengo el gusto de asistir en estos casi veintiocho años. Y no será la última. La flauta mágica, obra de Mozart, fue representada como arranque del XII Festival de otoño. La música corrió a cargo de la Sinfónica de Pleven (Bulgaria).
Fue igualmente la primera vez que entraba en el Nuevo Teatro Infanta Leonor, adjetivo este, nuevo, que le fue incorporado al nombre tras su construcción hace menos de una década sin que aún haya entendido el porqué. La opinión general sobre el edificio es variable: se unen una magnífica acústica con un diseño tan moderno y funcional, que invita a pensarlo como una nave industrial en muchos aspectos –una pena que el hermoso Teatro Cervantes fuera derribado a mediados de los setenta y no pueda reconocerlo más que por instantáneas en blanco y negro-; por otra parte, el adecuado emplazamiento de los asientos en patio y anfiteatro se ve empañado por la incomodidad de las butacas y el escaso espacio entre filas, que casi no permite el paso de la gente cuando alguien se encuentra sentado y acaba haciendo que este tenga que ponerse en pie.
La representación en sí fue espectacular. Opera 2001 fue la compañía encargada de dar vida a los distintos personajes, de los cuales Papageno fue probablemente quien despertó más interés por su buen humor. Tamino, Pamina, Sarastro, La reina de la noche... personajes inventados que parecen conformar durante tres horas un mundo real, tan alejado de lo que ocurría en ese mismo momento al otro lado de las paredes. Como si durante esa fracción de tiempo el mundo real quedara recluido sobre el escenario, y fuera en el exterior donde todo parece gestarse a partir de un guión definido. La vida es puro teatro, dijo alguien en una ocasión.
Puro teatro.
Próxima cita, Ara Malikian y la compañía Yllana el próximo jueves con Pagagnini.
(He llegado tarde, pero me he puesto las pilas)
La breve tregua me sirve para ojear alguno de los libros que suelo tener por medio, reparando en El lobo estepario, de Hesse, lectura pendiente desde hace varios meses y de la que apenas tengo referencias. Me movía por sus páginas ojeando fragmentos sueltos, cuando me vi inmerso en una de esas situaciones que te hacen pensar el mundo como un entrelazado perfecto pero invisible de circunstancias, libros, lugares, personas y realidades: en algún diálogo hallado al azar encontré referencias a la misma obra que acababa de presenciar, La flauta mágica.
Aunque llama a sorpresa, la de anoche fue la primera obra de teatro a la que tengo el gusto de asistir en estos casi veintiocho años. Y no será la última. La flauta mágica, obra de Mozart, fue representada como arranque del XII Festival de otoño. La música corrió a cargo de la Sinfónica de Pleven (Bulgaria).
Fue igualmente la primera vez que entraba en el Nuevo Teatro Infanta Leonor, adjetivo este, nuevo, que le fue incorporado al nombre tras su construcción hace menos de una década sin que aún haya entendido el porqué. La opinión general sobre el edificio es variable: se unen una magnífica acústica con un diseño tan moderno y funcional, que invita a pensarlo como una nave industrial en muchos aspectos –una pena que el hermoso Teatro Cervantes fuera derribado a mediados de los setenta y no pueda reconocerlo más que por instantáneas en blanco y negro-; por otra parte, el adecuado emplazamiento de los asientos en patio y anfiteatro se ve empañado por la incomodidad de las butacas y el escaso espacio entre filas, que casi no permite el paso de la gente cuando alguien se encuentra sentado y acaba haciendo que este tenga que ponerse en pie.
La representación en sí fue espectacular. Opera 2001 fue la compañía encargada de dar vida a los distintos personajes, de los cuales Papageno fue probablemente quien despertó más interés por su buen humor. Tamino, Pamina, Sarastro, La reina de la noche... personajes inventados que parecen conformar durante tres horas un mundo real, tan alejado de lo que ocurría en ese mismo momento al otro lado de las paredes. Como si durante esa fracción de tiempo el mundo real quedara recluido sobre el escenario, y fuera en el exterior donde todo parece gestarse a partir de un guión definido. La vida es puro teatro, dijo alguien en una ocasión.
Puro teatro.
Próxima cita, Ara Malikian y la compañía Yllana el próximo jueves con Pagagnini.
(He llegado tarde, pero me he puesto las pilas)
Si ya has visto el DVD que te dejé supongo que te habrás enamorao del Coven Garden of London y, sobre todo, de Diana Damrau, cuya espectacular voz eclipsa totalmente al cómico Papageno y a cualquiera que se ponga delante.
ResponderEliminarSabes qué? Me enteré el otro día. Iba a esperar a verte para co.tártelo pero mejor lo hago ya. Mi compañero de piso Diego, tocó hace unos años, en Alicante, con el maestro Malakian. Por supuesto, quedó prendao con la técnica y la musicalidad de la que el tío andaba sobrao. Y ya verás cuando te cuente la anécdota más curiosa.
Aún no he podido verlo maestro. No es facil sacar las tres seguidas que dura la obra. Me apunto esa anotación sobre Diana Damrau y El Coven Garden :)
ResponderEliminar¿Te he dicho alguna vez que tengo ya ganas de conocer a Diego? Jejeje. Espero esa anéctoda pues.
Cuídate!