jueves, 24 de febrero de 2011

2010: Balance de un año y media vida (I)

Arrancando.

El 2010 ha terminado dando paso a un nuevo año, cargado como de costumbre de ilusiones y esperanzas para todo el mundo. Otro arranque de año donde más de uno se promete a sí mismo y a quien le rodea el oro y el moro, quedándose todo a menudo en el intento.Avisado como estoy por el paso de los años, prefiero tomarlo con la acostumbrada precaución y sin más expectativas que las que, a pie de calle, encuentro cada día.

Con este final de año viene y va una vez más la sorpresa, el amago de incredulidad, ya que lustros atrás consideré a menudo poco factible que existiera un futuro así, años que empezaran por 2, con el olor a modernidad, a tecnología, que ello destilaba, lejos de esa inercia que daba en sí misma la nominación de los ochenta o los noventa. Mirando a una infancia cada vez más difusa, desteñida por el paso de los años, veo a un joven incapaz de creer en su presente y sin la menor gana de imaginar un futuro. No en vano en más de una ocasión he dicho que he llegado a donde estoy sin saber muy bien cómo, ya que el camino fue siempre una maraña de caminos e intersecciones mal señalizados y que, en apariencia, no llevaban a ninguna parte. Ahora, con la perspectiva que da el mirar hacia atrás varios años mas tarde, me doy cuenta de que no elegí ni de lejos la mejor de todas las vías posibles, pero desde luego tampoco, por fortuna, escogí la peor. Y hay mucha más variedad en este extremo de la balanza.

Alguien puede preguntarse el porqué de un análisis del último año a estas alturas. Bueno, la respuesta es sencilla. Un texto así no se redacta en un día, y menos en un día de los míos donde no siempre encuentro un rato que dedicar a ello y cuando puedo no tengo más de una hora a repartir entre la lectura y la escritura. Empecé a redactarlo a principios del mes pasado y es ahora cuando lo considero terminado.

Más vale tarde que nunca.

He aquí pues un análisis personal de lo que ha sido este último año.


En la cartera.

El 2010 ha sido un año complejo, marcado por una economía ajustada hasta el punto de dejarme sin tan siquiera una escapada de dos o tres días, como ya era práctica habitual en años anteriores. Cualquiera podría pensar "bueno, en tres días tampoco hay tiempo de gastar demasiado". Y yo contestaría, probablemente cierto. Sin embargo siempre hay un pero, y en este caso el pero es que con un sueldo modesto y una serie de gastos fijos, como son alquiler, electricidad, alimentación, mantenimiento del coche, etc., ahorrar se convierte en una labor muy complicada. En un momento socioeconómico distinto mi sueldo sería algo más alto y además probablemente no conocería la incertidumbre de que, aún con contrato indefinido sobre la mesa, cualquier día pudiera encontrarme con la sorpresa de que se me avise en el trabajo de la nula necesidad de presentarme al día siguiente. Voy llegando a fin de mes sin muchas complicaciones y la mayor parte de los meses puedo ahorrar algo, punto este por el cual me doy por sobradamente satisfecho, pero prefiero no pecar de optimista y tener presente ahora más que nunca que, si la cosa va mal, puede ir mucho peor.


Home, sweet home.

Si esperaba algún cambio para este pasado año, ese era el abandonar el antiguo piso y todo cuanto le rodeaba y trasladarnos al actual apartamento. Medio año después siento haber acertado en la elección. No lo tiene todo, pero no falta de nada. Dejando a un lado el estado y la edad del edificio, el mobiliario y alguna otra cosa menor, me encuentro con ventajas como el precio mensual, el aire acondicionado, estar más cerca del trabajo y en pleno centro -a dos pasos de cualquier parte de la ciudad-, los vecinos raramente producen ruido más allá de lo habitual, las facturas de luz llegan mucho más desinfladas que en el mismo periodo del año pasado, incluso a pesar de los incrementos de los últimos meses… por qué será. Quizá el mayor avance haya sido ese: poder poner tierra por medio entre nosotros y alguien que empezaba a complicarnos la vida algunos pueblos más allá del límite que marca la convivencia. A veces me pregunto a cuánto ascenderán las facturas de electricidad que anden pagando ella y sus compañeros de piso actualmente, así como cuántas veces esos mismos compañeros habrán tenido que apelar a la paciencia para no acabar rompiendo vajillas. Aunque quién sabe. Tal vez se han juntado este año hambre y gana de comer, y no hay ni el más mínimo roce. En cualquier caso me importa poco.

Hasta que nos trasladamos al apartamento echaba de menos lo indecible el poder mantener un orden que convierta el hogar en un lugar acogedor de recogimiento y descanso, el poder dedicar a la lectura o a la contemplación de musarañas aquellos momentos de paz que la vida te deje. Por fin creo que lo he conseguido.


Trabajar para vivir.

Y no vivir para trabajar. Un año más de trabajo, sin la vieja tregua de los septiembres que permitían colgar el mono azul cobalto y volver a los libros. Un año más tratando de buscar una combinación de ganancias económicas y realización personal, de soportar desde el frío de las mañanas invernales -tan tenue comparándolo con el recuerdo de aquellos amaneceres en el pueblo- hasta el calor insoportable día y noche durante los tres meses de verano, de aprender a aprender cada día, de olvidar lo que aprendí no hace mucho porque ya no me sirve. Acudiendo a la objetividad, ni puedo tachar mi trabajo de pesadilla ni lo contrario. De entrada ya supone un lujo tener un lugar adonde acudir cada mañana y que además la primera semana de cada mes te lo remuneren convenientemente. Además dentro de unos márgenes tengo bastante libertad a la hora de llevar a cabo mi labor, de modo que queda bajo mi responsabilidad rediseñar cada día mi forma de trabajar para conseguir siempre que es posible más en menos tiempo.

No es uno de los tan afamados centros de trabajo de Google, pero el ambiente es bueno y soy yo quien se administra la presión a la que estoy sometido. Además la política de reutilización de equipos o componentes de segunda mano y la reparación de equipos que en muchos casos irían camino del desguace y tras un poco de paciencia y trabajo tienen la oportunidad de servir durante algún tiempo más, me ayuda a darle sentido a las horas que invierto allí. Para el cliente casi siempre cuenta en exclusiva el resolver un problema invirtiendo en ello poco dinero. Para mi supone colaborar con una minúscula aportación a la conservación del mundo en el que vivo y que se quedará aquí cuando yo marche; de la obsolescencia programada es responsable desde el que diseña el producto hasta quien lo usa finalmente, pasando por unos cuantos escalones entre los cuales estoy yo.


Personal e intransferible

En un análisis de este tipo que se presuma completo no debería faltar una completa mención a la vida personal de quien lo escribe. Sin embargo este servidor, que tiene sus manías, ha decidido mantener ese tema al margen. Siempre he dicho que la vida personal, recluyéndome semánticamente en esa misma palabra -tenemos la fea costumbre de malograr el lenguaje y dejar que el significado de cada palabra se diluya- es de aquel a quien pertenece, aunque en los tiempos que corren las redes sociales supongan vender quien eres a la red mundial con el fin de hacer amigos. Alguien podría decirme que, bueno, ese sistema está bien diseñado y solo dejas meterse en tus asuntos a determinadas personas, pero como ya he dicho tengo mis manías -un perfil de Facebook o de Twitter criando telarañas es prueba de ello-, y de la misma forma que no me gusta conocer los mismos detalles -o dicho de otra forma, detalles englobados en bloques según el individuo que sea- de quienes me rodean, no tengo porqué dejar al alcance de unos o de todos mis vicios y costumbres. Para ello, a lo sumo y dentro de los límites que quiero imponerme yo mismo está este rincón de la red. Y para todo lo demás, tomando un café en compañía decidiré que rincones de mi biografía aireo.

Cosas que no me importa contar, a lo dicho a lo largo y ancho de este texto sumar que tengo pareja, se llama María y vivo con ella; unos días somos felices, otros se intenta, y pagamos como cualquiera la factura de la inexperiencia y de la rutina. Si alguien se anima a saber más lo remito a Rebajas de enero, del maestro Sabina. Ahí se encuentran muchas respuestas. Por lo demás tengo una vida normal, con un trabajo normal y padezco las mismas filias y fobias que cualquiera, con el aliciente o agravante -según el caso- de que me doy cuenta y soy consciente de ello. Poco más que decir.


(Mañana más...)

3 comentarios:

  1. Es la primera vez que te leo, pero me ha gustado mucho que hables de algunas cosas, como la obsolescencia programada y el enfoque de tu trabajo frente a ella.
    ¡Gracias!

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  2. Podría decir muchas cosas pero me quedo simplemente en el dicho lo que hoy no se alcanza mañana se pisa.

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  3. Gracias a todos por los comentarios.

    YoYeMac, irremediablemente cierto que es una suerte haber llegado hasta aquí. Gijón, gracias a ti. Me alegro de que el texto te haya gustado. Aquí tienes un rincón para comentar lo que quieras. Futura profe (o maestra ;D), veo la frase pero no termino de ver la idea. Si lo que expones es que con el paso del tiempo se alcanza todo... creo que no estoy de acuerdo. Un viejo refrán dice que quien la sigue, la consigue, pero yo pienso que no siempre que se pelea se acaba ganando. Yo al menos no puedo quejarme, pues creo que la vida me ha dado mas o menos lo mismo que yo a ella (o que lo que me ha quitado). Pero no me atrevería a aseverar eso como si de una regla matemática se tratara.

    Saludos

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