sábado, 26 de febrero de 2011

2010: Balance de un año y media vida (III)

El mundo digital

Apple

En lo que se refiere a la informática, este año pasará a la historia como el año en que entré en el mundo Apple. Rayjaen, un buen amigo, infatigable creador de podcast y mackero a muerte, tuvo a bien regalarme un iPod Touch de 8Gb, y unos meses después me ofreció la posibilidad de entrar más en serio en el mundo de la manzana de la mano de su MacBook, el cual yacía desmontado en una bolsa de plástico a la espera de alguna solución a los clásicos problemas de carcasa debido a los problemas de diseño de este modelo. En base a la experiencia de los últimos meses rompo sin duda una lanza a favor de Apple, dado que dejando a un lado el problema de materiales y diseño que desemboca en la rotura del marco de la pantalla y la base del teclado junto al touchpad por sobre esfuerzo del cierre por imanes, el resto del equipo, a nivel de hardware, es un alarde de diseño: distribución de componentes, refrigeración, uniones mecánicas, batería…

A pesar del efecto visual que produce verle las grietas antes mencionadas en el marco de pantalla y en la base, tras montarlo de nuevo pieza a pieza -también ha sido el primer contacto a ese nivel con un equipo Apple- comenzó a funcionar con la misma precisión y fiabilidad que el primer día. Este texto así como la mayoría de los que desembocan en el blog está siendo redactado con él. Es un gran ordenador: conjunto armónico que aúna las líneas blancas y redondeadas exteriores con todo un ejemplo de desarrollo a nivel interno, incluyendo una batería que con más de tres años aún soporta cómodamente unas cinco horas dependiendo del uso. Y en cuanto al sistema, qué decir.

Macintosh es un mundo aparte. No quiero entrar en la guerra de siempre en busca del mejor sistema operativo, pero hay que hacer justicia y reconocer que Mac OS X 10 reúne la potencia con la simplificación de la mejor forma posible: sin que te des cuenta. Basta con que trates de hacer algo y pienses en la forma más fácil de hacerlo: solucionado. Recuerdo las primeras tomas de contacto, el pasado verano. Recién llegado a Mac, con una mentalidad irremediablemente Windows forjada durante lustros, al principio hasta la tarea más simple resultaba un acertijo; volví a experimentar la sensación de pérdida de los primeros días hace años con aquel MS-Dos 3.01 que me sirvió para iniciarme en la informática. Algo tan simple como crear un archivo de texto en el escritorio y abrirlo parecía una labor exclusiva de ingenieros superiores. Luego bastó aprender unos cuantos atajos de teclado, conocer -ni tan siquiera a fondo- las principales aplicaciones, tantear a través de las distintas opciones de configuración del sistema los límites del ingenio, y jugar. Sencillamente jugar. Una vez comprendida la filosofía Macintosh, utilizar un equipo así, ya sea para escribir, navegar, trabajar, gestionar el correo… se reduce prácticamente a un juego.

Para cerrar este apartado, cómo no hacer mención una vez más al antiguo propietario de este MacBook, Rayjaen, y más especialmente a su recién estrenado MacBook Air. Resumiendo mucho, decir que tras tener delante el nuevo Air, poder tocarlo y usarlo unos minutos hace unos días en el transcurso de unas cervezas, destaca su rapidez y la calidad de los acabados, así como convierte en inevitable una pregunta: ¿cómo diablos han conseguido comprimir tanto los componentes para lograr un equipo tan delgado?

Microsoft y otras batallitas.

Por costumbre, por trabajo y algunas razones más, sigo trabajando tanto en casa como fuera con sistemas de Microsoft, especialmente XP y 7, aunque también se deja ver algún Vista -válgame el juego de palabras- de cuando en cuando, y casos más extraños como el de algún equipo que he debido de arreglar con Windows 98, Milenium, NT o 2000. No tengo intención de describir caso por caso las virtudes y defectos de cada sistema -lo reservo para horario laboral-, pero supongo que dado el éxito, merecido a mi parecer, que está teniendo Windows 7, se hace necesaria una breve mención.

Tras el fiasco de Windows Vista, Microsoft dejó abierta la veda a las emergentes distribuciones de Linux, así como a una Apple decidida a entrar más a fondo en un mercado que se le resistía a causa de sus precios poco modestos. Visto esto, los de Redmond espabilaron y supieron actuar: preguntemos al usuario cómo sería el sistema que querría usar, y desarrollémoslo. Si bien tiene detalles mejorables, y carece de la rapidez y la facilidad de uso de Mac OS X, hay que reconocer que 7 es el sistema que debió suceder a XP. Poniendo como ejemplo la propia experiencia, puedo hablar de equipos de cierta edad que corrían bien bajo Windows XP y lo siguen haciendo con razonables resultados con 7. Prefiero no comentar su rendimiento con ese experimento barato al que llamaron Vista.

Podría meterme en cuestiones directamente relacionadas con mi trabajo ahora, pero tendría poco sentido ya que hay algún que otro artículo tratando sobre ello.


Sobre ruedas. Renault 21 y Renault 12

Andan entre la necesidad y el capricho. Entre la realidad y el deseo. Termina otro año y ambos siguen ahí, ni mejor ni peor, ocupando el mismo lugar de siempre. El R21 ha cumplido con otro año sin protestar, como de costumbre, con el mantenimiento básico y sin más achaque que la pérdida de gas del circuito de aire acondicionado, fuga esta que, por fortuna, tan solo me duele un par de veces durante cuatro meses al año. No me ha dejado tirado en los habituales poco más diez mil kilómetros anuales, ha soportado estoicamente más de un aguacero -uno de los más considerables, la tarde 31 de diciembre-, no se ha derretido en el verano de la capital, destacando su papel en la mudanza. Se mantiene a la altura en cualquier circunstancia, aún teniendo en cuenta que pronto será catalogado por edad como vehículo histórico, y viajo con él con la misma tranquilidad que si tuviera algunos años menos.

Por su parte, el clásico 12 sigue a la espera de tiempos mejores, con 38 años a cuestas y media docena de achaques, pendiente de una restauración que cada año veo más inalcanzable por mi parte. Por el momento me siento satisfecho por haber conseguido salvarlo del desguace hace ya doce años. Cómo pasa el tiempo. Durante este último año me he centrado en lo evidente, no dejar que el paso del tiempo se lo siga llevando con su paso lento pero infranqueable. Una carrocería afectada por la corrosión es un problema solo reparable con tiempo, herramientas y buenos materiales. Por otro lado, el deterioro mecánico se acelera a causa del paso de los años y la falta de uso. Esto último me ha supuesto hace pocas semanas tener que sustituir uno de los bombines de freno traseros, completamente agarrotado.

En ocasiones vuelvo la vista atrás, a mi época adolescente, y me pregunto cómo no terminé trabajando en un taller como mecánico de automóviles. Fueron muchas las horas dedicadas al asunto, junto a la docena de libros sobre el tema comprados y estudiados con afán, además de la adquisición y lectura habitual de revistas del motor. Todo ello desembocaba en los coches de la familia como campo de pruebas, especialmente en el R12 por ser el "coche para piezas". Es difícil sacar una conclusión clara sobre el provecho que me pudieron aportar aquellas lecturas y aquellas tardes desmontando y montando, probando, comprendiendo el funcionamiento de los mecanismos. En cualquier caso, a estas alturas solo merece la pena quedarse con lo bueno: las cosas que aprendí, los triunfos al descubrir como algo funcionaba tras ser montado, el ver que un coche de desguace vuelve a la vida, aunque solo sea por unos años más, gracias a tus manos y unas cuantas herramientas.

Por la contaminación y por los problemas de espacio que sufrimos, es de justicia reconocer que un coche es más un problema que una solución a día de hoy. A pesar de ello lamento en cierto modo que generaciones posteriores, algún día no muy lejano, se desplacen en vehículos con quién sabe qué tecnología, desconociendo lo que un día fueron los motores de explosión.


La fotografía. Canon EOS 450D

Si bien mi fiel Sony DSC-P41 aún sigue dando guerra a pesar de los kilómetros que ha recorrido y de cuanto ha pasado ante su objetivo, llevaba algún tiempo dándole vueltas a la idea de ampliar el equipo fotográfico con una herramienta, si no profesional, sí al menos lo suficientemente potente como para poder trabajar las imágenes un poco más de lo que me permitía la modesta Sony. Un buen día allá por febrero y con la mediación de un buen amigo que trabajaba donde la compré -me mantuvieron la oferta hasta el día siguiente aunque terminaba ese mismo día-, me hice con la Canon EOS 450D. Lejos de despreciar a la pequeña Sony, la cual me ha brindado instantáneas muy buenas, he de reconocer que por prestaciones y capacidades -y por qué no decirlo, por precio…- la 450D es una cámara excelente. Mis conocimientos en la materia no son tan grandes como mis ganas de aprender, pero a pesar de ello me defiendo bien en modo manual y he conseguido en estos meses algunas fotos bastante buenas.

Solo necesito lo de siempre: tiempo. Tiempo para aprender y perfeccionar técnicas, y tiempo para moverme por el mundo buscar el encuadre que defina la respuesta a lo que no he conseguido encontrar fuera del visor. Misterios de la imagen que hasta hace un tiempo valía tanto o más que mil palabras.


Caminos de hierro. ALBaF

Un día hace algo más de un año llega a mi oído la posible intención por parte del ayuntamiento de Linares y otros pueblos de la zona de poner en marcha una línea de tranvía por donde antaño discurriera el tranvía de La loma. Esto me hace tirar de la hebra digital -Google para los amigos- y otros medios, y poco a poco voy sabiendo de la existencia de un tranvía que antaño comunicó Úbeda, Baeza y Linares junto a los pueblos de la zona. Lo más llamativo probablemente fue el cierre de la línea justo cuando, a mediados de la década de los sesenta, se iban a estrenar varias unidades móviles nuevas junto a las diversas reformas y mejoras acometidas en la línea, incluyendo la estación subterránea bajo la playa de vías de la estación Linares-Baeza. Esta monumental chapuza enlazaba con otra en la misma época: la inacabada línea de ferrocarril Baeza - Utiel, el progreso sobre railes que podía haber cruzado la provincia y sin embargo se quedó como Carlos Sainz hace varios años: a unos metros del final que nunca llegaría. No me extiendo más sobre ambos casos ya que tengo en mente hacerlo algún día. La cuestión es que, siempre persiguiendo conocer el cómo y el porqué de esta clase de historias tan… españolas, mis pasos y la colaboración de algún amigo que raramente se deja cazar para un café me llevaron a la Asociación Linares Baeza de amigos del Ferrocarril.

Gente de todas partes, hombres y mujeres de todas las edades, con los oficios más dispares, pero con una afición en común: el mundo ferroviario en general y el pasado y presente del transporte sobre raíles en la provincia de Jaén en particular. Está compuesto por alrededor de medio centenar de socios, unos movidos por el modelismo ferroviario, otros fueron o son empleados del ferrocarril y vuelcan en el grupo sus conocimientos y experiencia, otros, como es mi caso, persiguen la vertiente histórica: lo que fue, lo que es, y lo que pudo haber sido.


Primera locomotora de vapor. Cabra.

La inmersión en la asociación Linares-Baeza de amigos del ferrocarril me hizo preguntarme en más de una ocasión cómo era posible que a estas alturas no hubiera visto nunca una locomotora de vapor. El pasado 11 de junio, aprovechando que aquí aquel viernes era festivo tomé el coche y puse rumbo hacia la localidad cordobesa de Cabra, con la intención de ver la locomotora allí expuesta y el museo contiguo, realizado ocupando parte de la antigua estación del pueblo. La de Cabra es una de las estaciones mejor conservadas de la extinta línea del aceite, que en su origen partía de Linares, traía a la capital un ferrocarril que parecía no iba a llegar nunca, y continuaba su camino hacia Puente Genil atravesando a su paso distintos pueblos de las provincias jiennense y cordobesa.

La locomotora de la estación de Cabra, superviviente a duras penas de una época desaparecida muchas décadas atrás, es una locomotora pequeña ya que el trazado y la infraestructura de la línea del aceite no se construyeron pensando en grandes y pesados transportes, pero aún así la sensación de estar frente a una gran mole de hierro capaz de desplazarse por sí misma es impresionante. Estuve durante algo menos de dos horas recorriendo la estación y viendo la locomotora de vapor y el pequeño tractor de maniobras diesel. En el caso del tractor, aún estando algo dañado tal vez con unas cuantas horas de trabajo podría ponerse en marcha. La locomotora, por su parte, se encuentra en muy mal estado a pesar de que su aspecto exterior invita a pensar lo contrario. La corrosión ha destrozado buena parte del tender y su depósito de agua, así como de la cabina del maquinista. Además faltan numerosas piezas, entre las que me llamó especialmente la atención la ausencia de las bielas que transmitían el movimiento desde los cilindros al primer eje de las ruedas.

Aquel viaje fue magnífico. Junto a la estación de Cabra y sus "pequeños juguetes" de exposición, estuve visitando por el camino de vuelta la mayoría de las estaciones de la línea, llamándome especialmente la atención la de Martos -por lo que fue, más que por lo que queda de ella- y la de Alcaudete - Fuente del Orbe, la cual se encuentra en razonable buen estado aunque tapiada y sin uso alguno.


Epílogo

Partir pidiendo perdón por todo aquello que debiera haber sido mencionado habiendo sin embargo pasado de largo.

Un viaje, un libro, una película, un café, una mirada, la risa con o sin motivo, la amistad, el memorizado procedimiento iso-encuadre-enfoque-luz-disparo, un acorde, una rima, un abrazo, un amanecer, algo nuevo que conocer y comprender cada día, son para mi algunas de las cien mentiras de las que Sabina hablaba en una canción para no cortarse de un tajo las venas. Hay quien no las necesita y puede ver la vida como un camino previsto de antemano. Yo no. No soy tan fuerte ni creo en el desarrollo de la humanidad como único objetivo final del individuo. He de pasar sistemáticamente los días buscando los tres pies al gato e intentando comprender por qué las cosas son como son, por qué somos como somos. Las respuestas a estas preguntas, cuando las hay y cuando las encuentro, a menudo surgen de la mezcla resultante de ir conociendo la Historia -la edición con mayúscula- y de observar el presente. No tengo soluciones ni respuestas para todo, ni lo pretendo ni creo que fuera conveniente tenerlas.

Todo ello enmarcado siempre en una realidad: cualquier día puede ser el último. Nunca entenderé porqué lo único que tenemos seguro en la vida, esto es, la muerte, siempre se ve arrinconado y olvidado, ignorado, reprochado a viva voz cuando un día pasa a por lo suyo. Desde pequeño siempre me persiguió una certeza, y es que puedes hacer cuanto quieras, bueno o malo, o no hacer nada, y de cualquier forma un día tu cuerpo pasará a ser un objeto inerte. Tu vida se habrá apagado desapareciendo con ella cuando pasó ante tus ojos. Aviso a navegantes: por mucho que vuestro egoísmo dé de sí, vuestras ganas de consumir, de llenar casas de objetos absurdos, no servirán de nada el día que os piquen billete. Probablemente con un par de monedas para Caronte tengáis más que de sobra.

Esto es lo que hay. 

Una salus victis nullam sperare salutem.

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